El otro día le leí a uno de esos columnistas (pero uno de esos que da gusto leer, uno de esos pocos) que muchas empresas habían aprovechado la ocasión que les proporcionaba la crisis rampante para librarse de buena parte de la plantilla dado que los que se queden harán gustosos los suyo y lo de otros.
Por si era poco el tener una capa dirigente increíblemente mediocre en tantos sitios, que haya un montón de gente que el trabajo se aburre como un perro mientras una mayoría de gente suda sangre para llevarse un poco más del sueldo mínimo interprofesional (ese gran chiste) ahora esto. Llega uno a la cola del supermercado y hay cola para pagar porque donde había 12 cajeras ahora hay cuatro. Donde había cuatro ahora hay una, que avisa a los refuerzos por megafonía y no viene nadie porque no lo hay.
Pero es que además se acabó lo del trabajo bien hecho. ¿Para qué van a contratar a alguien que sabe hacer las cosas si pueden contratar por mucho menos a alguien totalmente acojonado que va a decir a todo que sí aunque el resultado final sea catastrófico?
Se notaba cuando ibas a un bar normal. Ahora lo puedes notar en un bar donde te cobren dos euros por un vino y 5 por un pintxo. No es que vaya mucho a esos sitios, pero lo he visto. Como dice un amigo mío si me vas a clavar por lo menos hazlo bien o por lo menos dame un poco de coba. Ya da todo igual.
De repente mirar hacia otros sitios se ha convertido en una opción. Incluso a mis años. Hay sitios donde el que menos sabe hacer no es el que dice qué hay que hacer. Hay sitios donde las dos cualidades más buscadas no son la docilidad, la docilidad, la docilidad, la docilidad y luego la docilidad. Hay sitios donde se sigue valorando el trabajo bien hecho y se sigue pagando en consecuencia. Hace peor tiempo, es verdad. Y hablan raro. Y también tienen sus miserias. Pero son otras miserias.