Desde que ya no se puede fumar en los bares se fumarrea y vocea en la puerta de los bares han cambiado unas cuantas cosas. Se puede visitar seis o siete bares y la ropa vuelve a casa con olor a oxígeno. Esa mola. Los bares están llenos de niños. Me refiero a los bares donde antes no veías ni uno porque solo con entrar ya te fumabas 12 luckies.
La mayoría de los niños están solo ligeramente educados (lo justo para que no caguen en mitad del bar y poquito más, como sus padres sin ir más lejos) así que se nota bastante su presencia, que antes era algo exclusivo de las terrazas y los meses de verano, estación del año que como todos sabemos en la capital alavesa se extiende (es un modo de decirlo) de primeros de julio a mediados de agosto y gracias.
A pesar de todo siempre hay esperanza.
Tenemos esos niños excepcionales que se entretienen con sus cosas, que tienen su propio mundo, enorme, en el que se meten y ahí se pasan las horas muertas. Casi desearías que “molestaran” un poco, que dieran señales de vida para poder sentirlos más cerca para quizás tener un día la suerte de que nos arrastren a ese mundo suyo. Esos son el futuro: