Todavía hay repartidas por Tarancón unas cuantas fachadas de casas normales y corrientes de las de antes. Por suerte los maníacos del ladrillo que controlan el pueblo no han tenido dinero, ocasión o gente suficiente y al mismo tiempo pa'estroza'las. Estas cosas parece que las han ido a pintar con mucho cuidado y con acuarela. Hectolitros de agua y unas pastillas de acuarela del tamaño de ladrillos. O adoquines por lo menos.
Esta casita, con su soportalito, es casi, casi lo último que queda de lo que fue una plaza del ayuntamiento que seguramente merecía bastante la pena. Ahora la pena la da, pero la textura y el color siguen teniendo su encanto:
Esto está justo al otro lado y no tiene explicación que se mantenga en pie. Ahí no se puede entrar ni con cuidado ni sin cuidado salvo que seas una rata. Las ratas (según me dijeron los vecinos) están encantadas:
Me encantan las placas que cuentan historias. Esta habla de cuando había un edificio (al que apuntan señales repartidas por todo el pueblo, tal era su importancia) que se conocía como Telégrafos. No ha pasado horas de sol la chapa esa, no:
En fin, alguna ley no escrita del lugar debe prohibir arreglar estas casas, o siquiera hacer una nueva, moderna, tirar abajo lo que se está cayendo y hacer algo con lo ultimísimo que hayan inventado pero mantener lo bueno que ya existía. ¿Qué tienen de malo estos colores? Ya me enteraré
En fin, como tantas otras cosas de allí no creo que llegue a enterarme.