imanes,_curas_y_demás_calaña

Por razones laborales en las que, sinceramente, espero no tener que restregarme, me vi inmerso en esa especie de borrachera colectiva que tiene por lema “por el buenrollismo hacia la multiculturalidad“.

Que no es que me parezca mal, ni mucho menos, que yo no le encuentro la parte buena ni la mala (como a la homosexualidad, el consumo de xilocibina, los tatuajes o el tinte capilar fluorescente: que cada cual haga lo que le parezca y que lo disfrute al máximo). De hecho, como la mayoría de las personas que tienen un mínimo barniz cultural, soy multicultural. Tengo una lengua madre, he aprendido (más o menos) otra, puedo defenderme en un dialecto de ésta y como tantos otros infelices del mundo entero hago lo que puedo con el inglés, la lengua del imperio. Y nací en el año 70, osea que me han bombardeado con productos (pseudo)culturales americanos o provenientes de otras culturas ya americanizadas durante décadas. Multicultural, vamos.

En aquél trabajo, como en casi todos, había muchas reuniones y puestas en común de muchas reflexiones previas (de verdad que no lo digo con retintín) y una era que había que contactar con las fuerzas vivas del barrio. Bueno, resulta que alguno de esos referentes del barrio resultan ser los imanes. En una sola calle (justo la de debajo de mi casa, para más señas) están las tres mezquitas de la provincia.

Seguramente a mala leche (aunque no lo puedo recordar) quise saber qué calendario de contactos había previsto con los sacristanes del barrio; pues resulta que como tales no estaban en la lista, aunque algún cura sí que había que contactar pero no por serlo, sino por lo que hace en algún ámbito.

Caramba, me dije. O igual lo dije en voz alta. El caso es que caramba.

Los contactos se hicieron y un día nos vino a ver el imán de la mezquita más antígua de la provincia, con casi 20 años de residencia en la comunidad autómata vasca, cinco hijos, con tres de los cuales he hablado yo en euskara.

Bueno, pues entra el imán (majísimo, muy sonriente) con lo que supongo que entre ellos será el sacristán, para entendernos el machaca seglar de un clérigo. Este sacristán entró por la puerta hablando en inglés. No tuvo mayor problema en pasar al castellano, puesto que había vivido varios años en la zona castellanoparlante de los EEUU, además de en Alemania, en Francia, vamos, que por idiomas no era.

El imán, con todos su años “entre nosotros” sonreía y tiraba de monosílabos, porque resulta que no se apaña muy bien en castellano. La persona a la que recurren al llegar, cuando hay problemas, cuando hay que colocar a alguno que se ha quedado sin casa, o sin trabajo, o cuando tienen alguna preocupación importante es este señor, que es el que más años lleva aquí iy resulta que en 17 años no ha conseguido aprender el idioma. Asombrado quedéme.

Bueno, estamos allí todos destilando buenrollismo como siempre que hay en la conversación gente que apenas entiende el idioma pero no es lo más importante , que si no somos tan distintos, que si somos todos iguales, todos que sí a todo, vamos que todo muy bien pero sin decir nada. Una situación un poco tensa, pero por una buena causa se aguanta lo que sea.

Entonces el sacristán va y dice que es posible la convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes. Hasta ahí bien, pero al decir cristianos nos señaló. Supongo que porque somos de Europa Occidental y de eso se desprende que leemos las encíclicas de Mazinger en cuanto salen.

No debieron notar el imán y su adlater la tensión que habían provocado al llamar cristianos a unos cuantos que es evidente que de cristianos nada cuando va el sacristán y remata a puerta alegando que la convivencia es posible entre los árabes, ya sean marroquíes, argelinos, egipcios como yo, de cualquier sitio y españoles. Sí, también señaló a toda la plantilla ahí presente al decir españoles. Uno que tose, otro que se rebulle en la camisa, otro que se da cuenta e intenta prender una hoguerilla a ver si se desvía la atención de todo el mundo hacia el humo y se puede pasar de puntillas sobre tan espinosa cuestión.

De aquella reunión (que a pesar de todo no acabó tan mal, que yo no trabajo ahí hace un año y el imán me sigue saludando muy sonriente) se me quedó el run-rún de la tolerancia, de la integración, del de aquí y el de allí, y de la suma de todo ello.

Al poco tiempo estaba en mi ferretería de confianza cuando el sexagenario al que estaban atendiendo mostraba su preocupación porque al final vamos a tener que aprender todos a hablar moro, ya verás. El ferretero, muy astutamente, se rió cual camarero en plan habla chucho, que no te escucho pero el sexagenario seguía muy cabreado. Me acerqué un poco para verle la cara, para quedarme con su cara porque me gusta saber qué cara tiene la gente que dice que Federico Jiménez Losantos es un gran comunicador y dice lo que otros piensan pero no se atreven a decir.

Yo también soy de los que tienen en la mano la respuesta genial cuando ya no la pueden soltar (por eso tengo bitácora y no soy Buenafuente, que ese sí que es una ardilla de cuidao’) pero más tarde caí en la cuenta de que ese sexagenario, muy posiblemente con 132 apellidos alaveses, será de los que aunque les digas agur todos los días durante dos años siempre te responderán adios, si les dices gero arte se callan pero piensan tu padre por si acaso o incluso, si es de los casos graves, llaman a su nieto el pequeño porque -ja,ja- no pueden pronunciar Ekaitz o Ugutz. Puede que, aún peor, fuera uno de esos miles y miles que llegaron aquí en muy poco tiempo y a los que nadie les exigió que aprendieran euskara para trabajar en la fábrica. Puede que incluso de esos que tras treinta años en la fábrica aún no sabe cuáles de sus compañeros suelen hablar en euskara y cuáles no, porque en su presencia no se habla por respeto.

Total, que el imán ha pasado 17 años ejerciendo su imaneidad a muy pocos metros de la calle donde están colgadas en plena via pública las fotos de los presos políticos vascos, donde se cuelgan pancartas con el anagrama de ETA en todas las fiestas de guardar, donde se cuelgan muchísimas más pancartas por muchísimas cosas, una de las pocas calles donde se puede oír euskara cualquier día a cualquier hora, una de las pocas donde es evidente el predominio nacionalista vasco y ni siquiera se había dado cuenta de que en esa calle españoles, lo que se dice españoles, pocos. Muy pocos. Y cristianos… pues alguno más. Pero no muchos más.

Y yo no termino de entender por qué hay que tolerar a nadie. Respetar sí, claro que sí, pero creo que tolerar es, desde la magnanimidad, permitir la existencia de alguien, admitir que consuma oxígeno en mi presencia. Y la gente es, y punto. Está ahí y no hay más vueltas que darle.

Desde ese respeto intenté explicar a un compañero de clase musulmán lo que tras tanto preámbulo voy a verter aquí, a ver si me parten la cara y a ver quién me la parte antes:

Es la primera vez, y digo la primera contando desde la cristianización, en la que no tenemos cada uno un cura encima de la nuca diciendo lo que debemos y no debemos hacer. Entre las meninges algo nos queda y seguramente se tardará una generación en eliminar los restos más perniciosos de la educación que nos incrustaron los curas en forma de “las manos que yo las vea”, “el sexo es sucio”, “tus padres no follan”, etc. pero es la primera vez que nos hemos quitado a esa gentuza de encima sin tener que quemar ninguna iglesia, saquear ningún convento ni ahorcar a ningún cura. Simplemente los valores han cambiado (y muchos desaparecido) y los curas como forma de represión y puntal de una estructura de pensamiento casi unánimemente adoptada por todos han pasado a ser una opción más, y además minoritaria. Bueno, pues ahora que nos los hemos quitado de encima y por lo tanto fulanita y fulanito pueden, si quieren, acostarse con este y chupársela a aquél (o no, pero ahora casi depende de ellos totalmente). Pero no, ahora llegan estos con sus imanes, sus curas al fin y al cabo, sus no blasfemes delante de mí, no, no podemos hacer una cena porque esta y esta no pueden entrar a lugares públicos. Hostia ¿ni con pañuelo? No, a esta no le deja su novio y a aquella no le deja su padre.

¿De verdad tenemos que respetar eso?

¿Y por qué una pintada en una iglesia será cosa de los anarquistas y una pintada en una mezquita será cosa de los nazis? Me refiero a estas de toda la vida de “la única iglesia que ilumina es la que arde”. Pones mezquita y ya tienes ahí a los intolerantes, oesa los malos, osea los nazis. Pues yo creo que las cosas no son tan fáciles.

No me imaginaba yo a estas alturas explicándole a una veinteañera que se puede ser ateo y buena persona, que se puede ser hostil hacia todas las religiones pero repetar a los creyentes, e incluso envidiarlos porque su vida es más fácil, siempre tienen el consuelo final, todo es voluntad de esa divinidad que sus razones tendrá para la putada que me acaba de hacer.

Quizás sea un gran paso el haber conseguido que un creyente asuma que es más difícil ser buena persona, ser justo con los demás cuando eres ateo porque nada te obliga a ser buen chico, mientras que un creyente tiene una norma que seguir porque si no viene el tio Paco con la rebaja, pero de momento en la calle de abajo sigue habiendo tres mezquitas, los de una calle no saben distinguir a un argelino de un persa, ni un chiíta de un sunní o un salafista (sí, de esos también tenemos, la madre que los parió), y los de la otra no saben que hay españoles, vascos, españoles y vascos, cristianos de pro, bautizados sin preguntar y ateos.

Pero la multiculturalidad nos está salvando de todo esto.

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