Siempre hay algún gaznápiro o caparranas de guardia para ponerle pegas a la nieve porque qué mal y porque no puedo ir por ahí con mi carrazo pegao al suelo y hay atascos y qué mal todo.
Que la nieve está muy bien, vamos. Hacedme caso que estoy viendo mucha 🙂 Pero como las opiniones son cosa de cada uno y no tiene uno por qué cambiar la propia por la primera que oiga, ilustraré mi perorata con un nuevo episodio de la serie Los sucedidos de mis amigos.
Y sí, tengo amigos. Y sí otra vez, cuando me están contando un sucedido no siempre son conscientes de que lo voy a cascar por ahí, pero a mí si no me dicen esto no lo casques por ahí para mí equivale a libre eres de cascarlo. Y eso hago.
A lo que estamos, Fernanda.
El deshielo, y lo explico para aquellos de mis abundantes lectores que viven en sitios donde no hay tal cosa, sobreviene en las ciudades no como en esos documentales tan bonitos en los que se ve el límpido arroyuelo discurrir entre níveos campos, trotando saltarín entre las pulidas piedrezuelas. No es así, no. En la ciudad el deshielo es un punto en el que hay mucha nieve todavía pero en su mayor parte está sucia de barro, de tubos de escape, contiene ramas, sal (en Suecia también se usa un producto anticongelante que parece tener el color cosas sucias que no tocaría ni con un palo) y agua medio helada.
Ese agua del deshielo gotea de árboles, marquesinas y tejados en forma de gotas tamaño XL o superior especialmente aptas para pegarte en todo lo alto de la cabeza o (ya el toque magistral) para que te entre por el cogote, cuello abajo y te desorbite los ojos para tres horas porque está más fría que la puta madre que la parió.
Por supuesto hay pasos intermedios que pueden combinarse. Lo que empezó a deshelarse ayer se heló otra vez durante la noche y por la mañana puede volver a deshelar un poco, pero bajo o entre el agua sigue habiendo hielo. ¿A quién no le gusta caminar sobre hielo sin crampones cuando no sabe si hay hielo donde va a pisar?
Bien, hecha la composición de lugar llegado es el momento del sucedido.
Este amigo, al que llamaremos mi amigo porque no desea desvelar su identidad secreta de tío más normal que mear sin acertar dentro con todo el producto, tenía que ir a hacer un recao en una zona semi-industrial de la ciudad en la que reside. Tras una larga caminata una vez dejado atrás el transporte público solo lo separaba de su destino un paso subterráneo de unos cientos de metros y para llegar a este unas escaleras llenas de nieve y hielo medio fundido. Unas escaleras tan mal iluminadas que la nieve medio fundida ya descrita que había en gran parte de los escalones parecía mousse de chocolate.
Al tercer peldaño mi amigo vio que se iba, que se iba, que se iba y allá que se fue. Mientras caía a cámara lenta (mi amigo se cae como un saco de patatas, pero a cámara lenta) pudo evitar dar con un codo en el suelo, hacerse daño en la muñeca y aprovechar que llevaba una mochila de esas que hacen para ir en bici de montaña que llevan un refuerzo rígido indeformable entre la mochila propiamente dicha y la red de nylon que tiene contacto con la espalda, de forma que si te caes sobre pedruscos o una escalera llena de nieve medio fundida pero escalera de hormigón armado al fin y al cabo no te pase el canto de algo sólido por los cantos de las vértebras haciendo prrrrRRRRRÍN y te desgracies para toda la vida.
Diez o doce peldaños más abajo mi amigo llegó al final de las escaleras. Primera comprobación de daños: satisfactoria, porque nada duele mucho de repente.
Segunda comprobación de daños: hay que palparse. Todo en su sitio.
Alarma, pensó mi amigo. Estoy sobre un puto charco de agua helada y carezco del neopreno colorao (o sea, RO-JO) que los muchachos del Comandante Cousteau llevaban para chapotear en mares polares. Pero no fue lo gélido del charco sobre el que estaba recostado el estímulo que se abrió paso entre los demás. Fue un inesperado olor que no podía ser otra cosa que orina.
Mi amigo se levantó de un salto (eso me dijo, prueben ustedes a levantarse de un salto sin apoyar el culo o las manos en el suelo porque hay dos dedos de agua helada que huele mucho a orina) y mientras pensaba queseadeperroqueseadeperroqueseadeperro pudo ver que en lo más oscuro del paso subterráneo, al alcance de su vista pero enfrascados en sus asuntos, parecía haber dos borrachos de los que viven, pobres de ellos, debajo de los puentes. Y seguramente orinan debajo de los puentes también, dedujo mi amigo con el razonamiento espoleado por la parte externa de una de sus piernas, repentinamente a un grado centígrado.
Total, que se fue a hacer su recao y 2km de paseo y 8 paradas de metro después estaba en casa metiendo TODO en la lavadora. El viaje no se si da para otro relato. Preguntaré la próxima vez, porque a ver con qué cara va uno evitando estar cerca de gente porque uno nota que su ropa (pantalones, chaqueta, forro polar y guantes) huelen a orina en el metro a las seis y media de la tarde.
Es por esto que cuento aquí la peripecia de mi amigo. Porque busco entretener, sí, pero edificar al mismo tiempo.
Así que todos esos enemigos de la nieve: cuidado con lo que se desea.
Nota: Como la gente es muy malpensada (que lo se yo que hablo con la gente y me lo han dicho) he de aclarar que mi amigo no soy yo. No puedo ser yo porque la sola idea de deshielo me suena ahora mismo tan lejana como el secarral alcarreño a 36ºC o incluso dejar de llevar abrigo y medio y gorro tupido hasta para ir a comprar leche al super de enfrente de casa. Miá deshielo que hubiera dicho yo en otra época, cuando era de otro sitio. O se me notaba más. No se.