Pues sí, voy a ver si puedo cobrar las Ayudas de Emergencia Social porque la cosa está muy, pero que muy malita.
El caso es que tras agotar casi totalmente todas las reservas y darle unas cuantas vueltas a cómo me iba a sentar tener que ir a poner la mano ante la bolsa de la beneficencia (que no se llama así, pero no es otra cosa que eso), allá que me fuí.
Es curioso porque la trabajadora social que va a llevar mi caso me conocía, y yo a ella, de haber estado en alguna reunión en mi anterior trabajo. Qué cosas. Me lo explicó todo muy bien, muy claramente. Me trató muy bien, y no es que esperara que me tratara mal ni regular, pero supongo que en estas te ves como cuando vas a un quirófano la primera vez, que vas como un corderito y cada sonrisa y cada palabra amable la valoras como fuera lo último que fueses a ver en este mundo.
Tengo una semana para juntar papeles diversos, entre ellos un justificante de que mi novia y yo nos hemos dado de alta en el -atención- registro de parejas de hecho. Parece ser que hay fraudes con esto, y dado que las ayudas se darían a la unidad convivencial (ojo al regate para evitar decir familia) hemos de demostrar que lo somos. No vale estar pagando un crédito a medias (durante los próximos 30 años), ser los únicos empadronados en la casa ni nada de eso. Nos tenemos que casar. La trabajadora social me decía que no es para tanto, que cuando queramos vamos ahí y nos borramos. Pero maldita la gracia que me hace. El que algunos consideren el matrimonio en cualquiera de sus formas un derecho envidiable parece que está haciendo que sea obligatorio incluso para quienes pensamos que no vamos a querer más (ni menos) a nuestra pareja por el hecho de ir ante un poder delegado en un funcionario y declarar ante él nuestro compromiso. En fín.
Lo mejor de todo fué la segunda fase de la cita, es decir, confirmar la fecha y la hora en la que entregaré todo el papeleo al personal encargado de revisar, pasar a la firma a la trabajadora social y enviar todo a las instancias pertinentes para que analicen mi caso y decidan si me dan algo y cuánto va a ser.
Ahí se acabó el buen rollo. Me entregaron una lista con los papeles que debo reunir (marcaditos con una gran X) y al principio de la misma apuntaron mi nombre y dos apellidos y el de mi novia, se conoce que para que no se me olviden.
Existe un estereotipo según el cual el funcionariado está compuesto de personas a las que han llevado ahí obligadas, apenas remuneran, nunca animan, motivan ni recompensan, sufren de hemorroides y todos estos padecimientos se acucian cuando tienen que comunicarse con alguien que acude a su mostrador. Se bien que tal estereotipo es totalmente falso, pero hacía mucho tiempo que no me encontraba con un personaje que casara tan perfectamente con lo que se dice.
Una desgraciada víctima del funcionariado obligatorio (y con algún tipo de chantaje sangriento, intuyo) fué quien me atendió. Obviamente la culpa es mía por no callarme y por añadidura por usar el razonamiento en mis tratos con gente así, pero cuando me dijo que necesitaba un certificado del INEM donde constara que no cobro prestaciones (que no cobro el paro, vamos) yo le dije que me parecía que lo normal es no cobrarlas (dada la breve miseria que se puede cobrar ¿a cuánta gente conoces que esté ahora mismo cobrando el paro?) por defecto podemos asumir que no se está cobrando, de forma que quien lo haga debería presentar papeles, y no el 99% restante. Me parecía como si fuera obligatorio demostrar que no soy Caballero de la Orden de Malta, corneta de la Banda Municipal de Música o vocal del Maestrazgo de Chacineros del Bajo Guadalquivir.
Mosqueo (de la funcionaria, digo). En lugar de explicarme más o menos rudamente (osea, a su manera) por qué son así las cosas, o decirme simplemente “esto es lo que hay, chavalote me explicó qué es un certificado, en qué consiste, para qué sirve e incluso qué aspecto tiene. Supongo que por ese sitio pasa gente de muchos pelajes y a alguno habrá que explicarle muchas cosas (no todos los que lo cobran, por ejemplo, saben leer o son siquiera de este continente) pero el hecho de que al entrar en las dependencias viera una skinhead de unos 20 años llorando y que nadie le dijera nada en absoluto (aunque fuera “vete de aquí que nos asustas a los pobres“) debería haberme dado una idea del paño que se gastan.
Yo estaba boli en ristre encima de la lista de papeles que hay que llevar por si había que apuntar algo pero supongo que para que, como pobre confeso, me entere de quién manda aquí, la dilecta trabajadora municipal me quitó el papel del alcance y en una letra bien grande y bien ilegible me apuntó (en tres renglones) lo siguiente:
Certificado del INEM donde haga constar la fecha final del cobro de prestaciones
Para rematar, en el mismo papel me apuntó en letras gordas la fecha y hora de nuestra próxima cita. Por si no me daba cuenta de lo que era me lo repasó con un rotulador rosa fluorescente.
Ardo en deseos de volver a encontrarme con tan abnegada profesional. ¿No es hermoso ir mejorando el mundo día a día, desde las propias entrañas de la maquinaria oficial, y que te paguen por ello?
Dice mi madre que ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió. Sé que suena a burgués (a qué va a sonar, si no) pero me gustaría saber qué necesidades ha pasado a lo largo de su vida esta mujer y con quién se compara cuando habla de “vivir bien“. Porque seguro que es de esas personas que habla de tiempo de calidad, calidad de vida, etc.
Seguiremos informando.
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