A ver si puedo subir unas fotos. Este año no ha habido viaje de verdad, como tantas otras veces he ido a Guadalajara a comer por mi cumpleaños. Menos de 24 horas creo que estuve, ví a poquita gente y me porté bastante bien. Me enteré de que unos amigos están hartos de las muchachas del lugar y de su ansia superficial (y nada pasajera) de tener palabras mayores, así que han decidido hacer campaña en favor de pegarse el lote, del toqueteo por encima de la ropa y pegarse el filetaco. Están preparando incluso una casete para pegarse el lote, con temas como Si tú eres mi hombre de Jennifer Rush:
Dicen que Galicia es un sitio distinto pero hay que joderse con La Alcarria.
Como novedad ésta vez he pasado por Tarancón (dos días, con pensión y todo) a ver el sitio y no reconocer a nadie. Fuí con Gábor, mi amigo húngaro con InterRail y mochila gigante, para ver todo aquello con unos ojos totalmente nuevos.
También fui a la sierra de Madrid un par de días a ver a mi hermano, a mi cuñada y a la reina de la casa y sus 11 lustrosos meses, pero ya puede aprovechar el título porque su mamá trae dos criaturas.
Estuve por Madrid unos días en casa de un amigo, recuperando terreno y tiempo perdido. Un calor brutal, una hostelería que siempre me da agradables sorpresas, unas tiendas siempre peligrosísimas porque en Madrid hay más de una tienda superespecializada en cualquier cosa que te interese y una escuela de boxeo (mejor dicho la Escuela de Boxeo) a la que un amigo se ha apuntado y en la que ya me gustaría entrenar.
Ahí es donde convirtieron en boxeadora a Natalia Verbeke sin ir más lejos. Los de Animalario tienen ahora un espectáculo sobre Urtain y Roberto Álamo, el protagonista, pasó ahí largos meses hasta convertirse en un boxeador totalmente verosímil (y pasar por experiencias como un KO a manos de la susodicha Natalia Verbeke). Ya me gustaría entrenar ahí si tuviera los huevos suficientes para apuntarme a boxeo, claro 🙂 porque el boxeo es algo serio. Ahí se suda, se sufre, se da y se recibe. No es pilates.
El calor de Madrid me tuvo unas 200 noches sin pegar ojo (o eso me parecía a mí), así que en cuanto mi anfitrión quedó liberado de responsabilidades laborales me lo traje para acá. Pasamos muy buenos ratos durante el viaje solamente viendo bajar el termómetro hasta menos de la mitad de lo que habíamos visto en el Paseo de Extremadura solo unas horas antes. Sueño reparador, comer bien, charlar, ponernos al día, conspirar para hacer cosas más adelante ¿qué más se puede pedir? Más vacaciones. Pero todavía tengo vacaciones sin gastar y pronto tendré ganas de gastarlas.