Como no he podido atender la bitácora durante muchos meses no pude colgar la carta colectiva “gracias os sean dadas, hermos*s mí*s” que envié al equipo en pleno poco después de acabar el rodaje, el 11 de diciembre. Hela aquí para poder seguir dando las gracias, que nunca es bastante.
Nunca una gamberrada dio para tanto. ‘amos, que digo yo.
Ahora que tengo todo fresquito (ejem, nunca mejor dicho porque el fresco que he encontrado al llegar a casa no es broma, ni siquiera visto lo visto estos dias que hemos pasado juntos) parece el mejor momento para daros a tod*s las gracias (muchas, pero muchas) por la parte que me toca, que es bastante.
Como no soy de frases ingeniosas así a bote pronto y de individualizarlas en un entorno como un set (mucha gente, poco sitio) os lo pongo por escrito que está uno mucho más cómodo.
Es difícil que podáis haceros idea de lo que significa todo esto para mi, y no hablo ya del “autor que ve su obra convertida en algo mucho mayor tras el consabido proceso propio y ajeno”; os aseguro que esa es la parte de menos peso.
Por unas cosas o por otras me acabé apartando del escribir y el tocar, aunque no del “hay que hacer las cosas por el hecho de hacerlas, porque se lo pasa uno bien, como sólo se lo puede pasar haciendo cosas”. Pero en resumidas cuentas, el caso es que me aparté. Y hete aquí (creo que se escribe así) que me llama el Julián para contarme algo muy parecido a lo que os contaría a tod*s y cada un* de vosotr*s, con las notables diferencias de que yo no sabía quién (carajo) podía ser ese señor, que vivo fuera de Guadalajara desde 1999 y que en ese momento estaba visitando Guadalajara más o menos cada seis meses como mucho. Las circunstancias personales que atravesaba en aquél momento (asaz funestas) y que hicieron aún más disparatada la propuesta las conoceréis si os tragáis los extras del DVD si es que no las cortan por no pegar con el tono general de las entrevistas, que uno primero habla y luego piensa a ver si sale algo de interés, más que nada porque dice el Wyoming que es lo que hace él, aunque definitivamente a él le sale mejor.
Seguramente mi opinión no tiene demasiado peso porque apenas se nada de alguno de los campos que intervienen en todo este berenjenal y en todos los demás soy un simple espectador, pero aún y todo me he quedado estupefacto con un montón de cosas de las que he visto en estos intensísimos dias. Vamos, que no es lo mismo imaginarte que se puede hacer algo a ver cómo lo hacen. O predicar y dar trigo.
Antes de dar muchas gracias de una forma (des)personalizada quiero dejar caer (así como quien no quiere la cosa) que aún de camino para casa y antes de usar contactos se nos ocurrieron unos cuantos nombres de cociner*s y cocinillas vasc*s que por una cantidad digna (más la materia prima adquirida en la zona de operaciones como tié que ser) pueden tener al equipo de rodaje dando palmas porque llega la hora de comer. ¿Cuánto se tarda en encontrar en Guadalajara un seleccionador nacional de fútbol? ¿Y un presidente del gobierno? Pues algo así se tarda por aquí en encontrar quien haga una paella o unas alubias con sacramentos (osea, sólida carga porcina) para 50.
Acabada la necesaria nota culinaria y sociolaboral paso al meollo de la cuestión.
La gente de atrezzo y vestuario han conseguido que me sentara en una mesa (y en una silla) del final del aula y estuviera en clase hace veinte años. Cada vez que me cruzaba con los chavales, o cuando a veces me fijaba en algunos de ellos mientras charlaban en un receso, o cuando jugaban entre ellos (con sus alegres e inofensivas bromas de pequeños bárbaros hiperhormonados) me daban ganas de desafiar a alguno a jugar al guá. Me retenía que ninguno de ellos sabrá jugar al guá y menos mal porque yo era malísimo, o como decimos en casa “malo rematao”. Y qué podría decir de ese maquillar para que parezca que no hay maquillaje. Y esos pelos. Que no es peinar señoras que van a asesinar a quien ose tocar su elaborada cabellera para lucirse, que no, que los peinas y se van a revolcarse, pegarse, correr como galgos y revolcarse otra vez.
Yo vivo sin ningún problema en mi propia forma de entropía (como tras una mudanza) y por eso alucino con lo que suponen las tareas de producción, algo parecido a esos malabaristas con platos y palos largos y flexibles, pero con dinero y gente. Y un montón de niños. Y qué decir de la gimnasia física y mental de ser script o ayudante de dirección.
Hay películas que me parecen preciosas (o interesantes, o espantosas, o inquietantes, o sucias, o asépticas) por algo que me enteré no hace mucho que se llama, así en general, “fotografía” (Gracias, Néstor Almendros); pero eso de que casi de noche se pueda hacer que sea de dia, que se pueda pasar por encima del detalle de que hay nubes pero necesitamos sol y que todo el rato se vea igual me ha dejado asombrado.
Cualquiera que se haya puesto a hacer el bobo un rato con la cámara de un amiguete (y luego haya visto el resultado) puede darse cuenta de lo difícil que es hacer (y además todo el rato) eso que ha estado haciendo nuestro Txomin. Yo me he dado cuenta y eso que apenas me he asomado cuatro ratitos al monitor o al combo. Y que no me diera dos tortazos cuando casi se mata (y no es metáfora, hipérbole ni cualquier otra esdrújula) justo a mi lado y no me moví ni un milímetro de mi posición de microfonista también es para tenerlo en cuenta. Los microfonistas sovietizados sabemos que (además de lo que hay que hacer si caemos prisioneros) nuestro orden de prioridad es “primero los micros, luego nuestra cabeza”, pero el resto de la humanidad con frecuencia olvida nuestra condición.
De hacer ruido se bastante aunque (o más bien por lo tanto) de sonido no tengo ni idea, pero de liante tengo un rato, así que recurrí a mi amigo Pedro. Hemos tenido entre nosotr*s a uno de los mejores técnicos de sonido de muchísimos kilómetros a la redonda, aunque la mayoría no tenéis prueba de ello. Digo la mayoría porque más de un* ha oido o tiene en casa alguno de sus trabajos. Lo que ya habéis visto es que no es ni la cuarta parte de buen técnico de sonido que de buena persona. Lo bueno llama a lo bueno y ahí tenía que haber buena gente trabajando por el placer de hacerlo. En esas situaciones 1+1+1 suman mucho más de tres.
A mis treinta y seis años mi madre no me pone ojitos cuando le cuento algo que he hecho, es ella quien me pregunta qué tal va lo de la película.
He descubierto que el cine, como la música, es mil veces más divertido cuando lo haces que cuando lo consumes.
Para mí eso es como para daros muchas veces las gracias a tod*s.