Hoy hemos empezado con la música del corto. Como siempre he sido analfabeto musical y además hace diez años que dejé aparcado todo lo que fuera tocar ha habido que recurrir al sistema más pedestre de todos los posibles para poder llevar la música del punto A (mi cabeza) al punto B (un ordenador).
Para esto cuento con la enorme ayuda de Bingen, que (por este orden) tiene una paciencia infinita, ganas de ayudar a los analfabetos y *adora* la música y el cine.
Hoy hemos estado estructurando una especie de guión para poder ver dónde se le puede meter música a la imagen y -je- lo más importante. Qué música meter.
Toda la música se va a hacer para la ocasión; hay coplillas que han ido apareciendo desde el mismo dia del rodaje, así que algunas las tarareé para grabarlas en el móvil (hay alguna con ventisca siberiana, una nevada digna de tal nombre y todo) y otras me he limitado sencillamente a repetirlas una y otra vez en la cabeza para que no se me olviden. Más me valdría aprender música, dirá usted. Pues también es verdad. O meterlas de alguna manera en algún ordenador. O tocar algún instrumento. O todo a la vez.
Una vez solventado el típico escollo de estas ocasiones (músico + ordenador + formatos de fichero) y hecho un esbozo de lo que será nuestro particular guioncillo hemos cogido el toro por los cuernos. Ha habido que cantar. Cantar a un músico. En fin, la parte buena es cuando haces esto con alguien que tiene oficio. Tú le cantas dos veces la melodía y él la toca con el piano y grabada queda. Luego le vas cambiando el sonido de un instrumento a otro, la mueves un poco allí, un poco allá, le ajustas el tempo (todo esto lo hacía él, evidentemente, yo simplemente daba palmas) y bueno, producir hemos producido.
Una tarde muy divertida. Y eso que durante dos semanas tendré que ir con muletas a todas partes y hasta acercarme al estudio de Bingen (a 10 minutos) es agotador.
Ahora dejamos un par de dias para que esto macere.