Con este texto pretendo evitar contarle el viaje muy bien a los dos primeros amigos a los que se lo cuente y luego ir contando una versión más y más aguada a medida que va pasando el tiempo.
No pudo ser en 2021 por lo que todos sabemos y no pudo ser en 2020 porque tampoco, pero en marzo de 2022 pudimos ir a Hardangervidda. Es una meseta situada a 1,000 m de altitud sobre el nivel del mar en el centro-sur de Noruega. Para más información se puede empezar por aquí: https://es.wikipedia.org/wiki/Hardangervidda
Mi viaje fue como sigue: primer tren del día entre Estocolmo y Göteborg (tren a las 5AM, taxi a las 4AM porque con tantísimos trastos no se puede andar). Ahí me recogía un número indeterminado de daneses cuando el tren tuviera a bien llegar porque están arreglando las vías. A las 9:30 meto todo en un coche y ocho horas más dirección norte hasta que al evitar Oslo nos vamos dirección oeste, cada vez hay menos coches y más nieve a los lados de la carretera y poco después de empezara ver montañas de verdad y tanta nieve a los lados que el quitamiedos está en la base del muro de una zanja de nieve, acabamos en Haukeliseter.
En uno de estos tejados había un niño jugando cuando llegamos
En Haukelister hay una estación de montaña de la DNT, la Asociación Noruega de Turismo. Con el retraso del tren al recogerme y un poco de falta de entendimiento entre los dos coches del convoy se nos alargaron las cosas un poco y al llegar nos quedaban un par de horas de luz, así que en una breve reunión tomamos la decisión de viajar hacia el sur, con un terreno más fácil, al menos en principio. O al menos la ruta no empieza con una pendiente del 27% para llegar al altiplano noruego. Montamos todos los trastos en los pulkas (esos trineos de plástico o fibra de vidrio que se usan para viajar más cómodamente en la naturaleza del Norte) y empezamos la aventura.
La esterilla no se supone que debiera estar ahí colgando como una cantimplora del Coronel Tapioca, pero qué le vamos a hacer.
Este que lo cuenta está lejos de ir “sobrao” sobre esquís de ningún tipo, pero sobre lo que aquí llaman “turskidor” (leído “turjuídor”) me caigo bastante menos y me cunde bastante más que sobre cualquier otro tipo de esquís. Son muy largos (los míos larguísimos, 208cm, era lo que había de segunda mano) y no muy anchos, y reparten el peso del cuerpo muy bien incluso sobre nieve en polvo en la que un caminante se puede hundir hasta la cadera sin mucho problema. Digamos alguien que se quita los esquís un momento para evitar orinar sobre ellos. Le pasó una vez a un amigo mío.
Según íbamos avanzando el viento iba levantando, la nieve iba cayendo más y más y las montañas frente a nosotros iban quedando más y más cubiertas por nubarrones negros y feroces. En la última media hora de luz elegimos un sitio bueno para poner una de las tiendas y un poco más allá la segunda, en la que me tocaba dormir. Incluso considerando que la nieve ayuda bastante con la poca luz que pueda quedar, llega un momento en el que se pone todo como boca de lobo y hay muchas cosas que hacer al establecer el campamento. Nos dio tiempo para cruzar un par de lagos helados (aunque con tanta nieve no se note la diferencia) y poco más.
A la derecha nuestra tienda y los trineos ya casi cubiertos por la nieve. A la izquierda al fondo la otra tienda.
Con viento fuerte hay que tomar precauciones adicionales para que la tienda no salga volando al montarla (aquí se puede ver cómo se monta la tienda que llevábamos: https://www.youtube.com/watch?v=QpIlAqm8uLA ) y entre dos es más fácil si uno se organiza bien. Mi guía de montaña, “action man” si en el mundo hay uno, contumaz roncador y sin embargo amigo, sabe mucho de estas cosas y tiene un diagrama de flujo en la cabeza describiendo cada procedimiento con detalle, así que al principio me asigna tareas como si fuera un niño de cinco años y en un rato bueno llego a los siete u ocho.
Creamos una superficie estable y comprimida con los esquís, dejamos que se hiele un poco para mayor consistencia del terreno y mientras nos preparamos (una capa adicional de ropa, guantes aptos para trabajar en esas condiciones, por ejemplo) y empezamos con la tienda. Usamos distintos tipos de piquetas (unas de 48cm de longitud y plateadas, un color un poco complicado de buscar una vez cubiertas de nieve, otras más cortas pero con forma de pala), los cuatro esquís y hasta los bastones para asegurar la tienda porque vemos que el viento nos va a dar guerra.
La mejor foto de todo el viaje por supuesto la hizo el que no se llevó una cámara del copón. Heine, que para todo vale.
Una vez lista la tienda y preparada la “zanja” dentro del ábside que permite sentarse cómodamente y hasta cocinar (dos de las ventajas de poner la tienda sobre varios metros de nieve) empezamos a meter material a la tienda. La experiencia vale un grado y yo no tengo ni experiencia ni grados ni nada. Mi maestro y guía espiritual lleva todo en el pulka metido en dos grandes cajas de plástico. Una con la comida y trastos para cocinar. Otra con todo lo demás. Y “todo lo demás” es tal y como suena. Lo que no venga ahí es que no existe. El botiquín contiene hasta flujo intravenoso en caso de que haya que tratar una hipotermia muy seria y no podamos recibir ayuda inmediata. Yo llevo el contenido de mi mochila de 125 litros repartido en bolsas herméticas de muchos tamaños y colores que NO he etiquetado como decidí, así que más o menos sé qué hay en cada una y qué necesito a cada momento. Algunas por lo menos tienen una ventana transparente.
Primero preparamos el asunto del dormir. Yo llevo una esterilla de espuma (de invierno) para usos diversos que pongo en la base y sobre ella la misma esterilla que llevamos los dos, un monstruo que una vez inflado pone 11cm entre el lomo del usuario y la esterilla de abajo, que cada uno hinchamos con un dispositivo que rivaliza en ingenio con el del otro y que nos asegura confort hasta a -50 ºC gracias a los materiales de que se compone, entre ellos plumón. Todo es muy diferente y conlleva precauciones adicionales en estos entornos. Por ejemplo no hay que soplar para inflar nada, porque con la humedad del aliento lo que haríamos sería facilitar la congelación irremediable de nuestro colchón; y por muy bueno que sea el saco, si la esterilla no nos separa del frío nos vamos a meter en un problema grave.
Todo en estas circunstancias es evaluar y reevaluar prioridades. Lo vamos a hacer muchas más veces en este viaje. Mi compañero de fatigas empezó a conducir en el norte de Dinamarca antes de que yo me sentara en el tren en Estocolmo y hemos llegado a Haukeliseter casi 12 horas después, así que hace sus cuentas de horas, de calorías y de estar más cansado que uno que lo esté menos y decide que la cena no va a ser una de estas bolsas de comida deshidratada que llevamos. Usamos frutos secos, una cecina de reno que ha hecho en su casa que está bastante buena y un chocolate rico en cacao y disparatado valor calórico y con eso nos metemos a dormir. Repartimos antes el agua que tenemos porque él todavía tiene un montón que cargó en Dinamarca y yo no tengo nada de nada.
La noche es larga. Larga porque lo más razonable es meterse al saco porque hace frío y larga porque estamos en medio de una tormenta sub-ártica y hay bastante ruido.
El viento es de entre 36 y 40 km/h, con bastante nieve y hay una humedad del 95%, algo que se me hace raro a tanta altura y no estando demasiado cerca del mar. Vemos todo esto en los InReach, los GPS con conexión directa a satélite que usamos para pedir el pronóstico del tiempo en nuestra ubicación exacta (hemos pasado una estación meteorológica nada más dejar atrás Haukeliseter, así que nos fiamos bastante de los datos que recibimos).
En una noche tan larga lo normal es que haya que salir a “desbeber” al menos una vez y en efecto así es. Aprovecho para quitar nieve de la tienda, asegurarme de que los vientos siguen en su sitio y también que los trineos siguen en sitio, aunque sea un poco tapados ya por la nieve. Apago el frontal y dando la espalda al viento racheado que me arroja nieve por cubos alcanzo a vislumbrar las montañas que vimos la tarde anterior. Tan preocupadas de nuestra presencia como este viento y esta nieve. Tengo ahí lo que los navarros llaman “el momentico”. Yo ahí solo frente a esas montañas y la tormenta bramando a mi espalda. Vuelvo al saco, que sigue caliente. Otro momentico.
Mi compañero de viaje se despierta del todo en un segundo. Sin transición pasa de estar dormido como un muerto a la velocidad (su velocidad) de crucero. Lo detallo tanto porque a mi no me ha descrito nadie así nunca. Ni mucho menos. Una vez que mi proceso de resurrección parece finalizado (o todo lo finalizado que se puede esperar), es el momento de tomar decisiones.
El pronóstico del tiempo es que durante el día la fuerza del viento va a ser el doble de esto que está zarandeando nuestra tienda, diseñada para exploraciones árticas, como si fuera un barco de Playmobil, va a seguir cayendo mucha nieve y el nivel de riesgo es moderado pero subiendo. Los niveles de riesgo, asignados a códigos de colores, son moderado (Amarillo), severo (Naranja) y grave (Rojo).
En esa masa amarilla estábamos nosotros. Lo de Snøfokk nos hizo mucha gracia y no. Las dos cosas.
Si decidimos seguir adelante :
– la visibilidad va a ir a peor, vamos a avanzar a base de instrumentos y es posible que tengamos que buscar refugio por nuestros propios medios, lo cual nos deja las siguientes opciones: cavar una cueva en la nieve o cavar una zanja y montar la tienda encima. Si la cosa se pone mal de verdad pondríamos los trineos y los esquís. Y se podría llegar a poner así de mal. Por qué no.
– si todo va bien van a ser buenas historias para contar pero si tenemos que pedir ayuda las condiciones son malas para los equipos de rescate, no pueden volar y van a tener que arriesgarse para llegar a nuestra posición y nos van a llamar gilipollas y con razón porque teníamos un pronóstico meteorológico fiable y los conocimientos para evaluar la situación.
– a todo esto, yo pasé la COVID un par de semanas antes, no pude entrenar ni prepararme en absoluto para este viaje (cosa que sí hice en estas fechas el año anterior). Es posible que durmiera una media de 9-10 horas diarias las semanas anteriores y ni por esas me pude quitar el cansancio. Tras esquiar hasta el sitio donde montamos el campamento, que fueron unos cuantos kilómetros, notaba que estaba llegando al final de la reserva. Mi compañero de fatigas trabaja en un hospital y ha tenido la COVID *tres* (TRES) veces. Lo que pasa es que está hecho de un material diferente, pero incluso superando su fatiga sabe de qué hablo cuando hablo de la mía. Y la ve.
Total, que marcha atrás hacia la estación de montaña de Haukeliseter, donde reservamos habitaciones, el desayuno es bufet libre y las cenas son de menú con platos son todo lo local que pueden ser (reno, trucha ártica, alce…). Que no es mal plan, vamos.
Mi principal preocupación es que en las semanas antes del viaje he dormido todo lo que he podido, he descansado tanto que no he entrenado nada de nada y aun así estoy agotado casi todo el tiempo. El reloj me da unas lecturas de la batería corporal cuando me levanto que a veces tenía al final del día después de entrenar Jiu Jitsu, lo cual explica el esfuerzo que me cuesta avanzar un metro en los esquís.
El primer día en Haukeliseter mis compañeros de viaje suben a Hardangervidda sin mi. Me inflo a comer comida alta en calorías, no puedo dormir siesta de lo agotado que estoy y me pego una cena como si no hubiera comido en todo el día.
Así estuve desayunando ahí una y otra vez. Cada día una y otra vez. Una gloria.
La vista desde la mesa donde estaba desayunando a cara-perro:
Una cosa que llama la atención es la cantidad de nieve que les cae y cómo crean espacio entre esa barbaridad de nieve y los edificios. No es cosa de broma, no.
Una entrada a la zona pública de la estación de montaña de Haukeliseter.
La planta baja está bien por debajo del nivel de la nieve.
El segundo día en Haukeliseter llega el momento para mi de subir a Hardangervidda. Esta subida es donde comenzaba la “Åsnes Expedition Amundsen”, una de las carreras de esquí más duras del mundo. Solo se admitían 100 corredores, que en solitario o por equipos, tenían 72 horas para hacer 100 km con un montón de restricciones, como por ejemplo tener que hacer varias paradas en sitios específicos y una de al menos cinco horas. También se controlaba el equipo mínimo (con todo detalle) y había un peso mínimo de salida y de llegada en el pulka, 45 Kg, para evitar que la gente se deshiciera de equipo que pudiera necesitar en una emergencia o sencillamente llenar de trastos un paraje natural único y mucho más frágil de lo que pudiera parecer. La carrera ya no se hace más y no es por la COVID, sino porque los propios organizadores decidieron que molestaban a los renos que viven en completa libertad en la zona y no merecía la pena.
Foto de Kai-Otto Melau, que cubrió esta carrera muchas veces y hace fotos donde poca gente las hace: https://www.melauphotography.no.
Esta es la subida que da comienzo a la carrera y por ahí subimos.
Sin pulka, eso sí. Pero por ahí subimos. Podría decir que basta con encontrar el paso más cómodo para poder hacer algo así, pero me rendí dos veces antes incluso de empezar. La fatiga acumulada afecta bastante al ánimo y a la precisión, son muchísimos trastos, muchas cosas a tener en cuenta porque no puedes ir a lo loco y sí, me rendí dos veces antes incluso de empezar a subir la cuesta. Lo bueno de no tener ya nada que perder es que da todo igual, así que conseguí ponerme los esquís de una maldita vez (un proceso que he hecho mil veces al lado de mi casa y me lleva tres segundos mal contados) y empecé a subir siguiendo la trazada de mis amigos, que son unos salvajes pero saben lo que se hacen.
¿Y qué es lo que uno ve cuando llega arriba? Lo que se ve es como la primera vez que ves un desierto de verdad, o cuando ves el mar por vez primera (yo lo vi a los 15 años de edad y lo recuerdo muy bien). Esos libros de Jack London, de tantos exploradores polares, todos esos documentales… todo eso está ahí. Y los libros y los documentales y las fotos que hubiera visto antes no me prepararon para lo que iba a tener delante mi. Si uno va en línea recta es posible que al cabo de un par de kilómetros se encuentre una cabaña privada de un noruego muy rico y muy misántropo que por un alarde de suerte o de millones es el propietario de algo tan único como eso. Aparte de esto, entra uno en una versión sub-ártica de los arenales de Namibia.
Con estos iba yo.
Aquí es donde la Resistencia noruega volvía completamente locos a los ocupantes alemanes lo bastante afortunados para no estar lidiando con los rusos pero lo bastante desafortunados para tener que perseguir a una gente que nace esquiando. Muchos de esos alemanes seguramente siguen por ahí, bajo muchos metros de nieve. Todavía hoy las fuerzas especiales noruegas terminan su brutal programa de entrenamiento cuando los diseminan en algún punto de Hardangervidda y tienen que esquiar hasta las cercanías de Telemark, donde simulan un ataque a la célebre factoría de agua pesada y después escapan hasta el punto de reunión que se les haya asignado. Los noruegos ayudaron a liquidar el programa atómico de Hitler y así celebran aquél hito.
Esta foto, obviamente, no hace justicia a la inmensidad y la belleza del lugar. Algunas veces si haces la foto te lo pierdes.
Solamente entrar un par de kilómetros en este espacio y podía oír a mi yo de diez años dando saltos y chillando loco de alegría.
We mean business.
Ahí cavamos un refugio para protegernos del viento, comimos y bebimos un poco y nos preparamos para bajar. Mis amigos probablemente hubieran podido hacer una ruta de vuelta haciendo 10 o 15 km en el altiplano antes de emprender la vuelta pero no me quisieron dejar solo bajando esa cuesta endiablada. Por alguna razón pensaban que la bajaría esquiando como ellos, que sí saben esquiar. Las pieles (sintéticas, no nos volvamos locos) que van bajo los esquís tienen mucho agarre cuesta arriba y bastante en llano, pero cuesta abajo es otra historia. Como dicen en Suecia “quien no tiene cabeza necesita piernas” y yo que no sé esquiar pero andar no me da miedo, bajé andando.
Hay varios metros de nieve incluso en una cuesta tan escarpada y la nieve no es homogénea; a cada paso no sabes si te vas a hundir hasta la rodilla, la cadera o solo 15cm. Los bastones ayudan y los esquís de dos metros de largo no ayudan nada. Mis amigos, desde abajo, se hacían cruces en danés. Pero bueno, ya los tengo acostumbrados de otras aventuras, no es que vayan a pensar que ahí había algo fuera de lugar.
A todo esto, aquí toca hablar un rato de idiomas. El danés, el sueco y el noruego son muy parecidos y no. En general los hablantes nativos de danés entienden a todo el mundo en Suecia y Noruega. Según dicen ellos mismos, cuanto más al norte vas peor danés habla la gente hasta que llega la cosa a un punto en la cual es casi imposible entenderles. A ellos en Suecia no les entiende casi nadie, lo que da lugar a situaciones bastante cómicas con suecos que insisten en hablar en inglés con ellos y daneses que creen que los suecos están creando un problema donde no lo hay. Daneses y noruegos se entienden bastante bien salvo que se trate de alguno de los múltiples dialectos del noruego (el relieve imposible del país ha ayudado bastante a que tengan dialectos muy diferentes) que son, digamos, cerrados. A mi el noruego de Telemark no me sonaba ni a lengua nórdica siquiera. Más risas en danés. El danés, para quien no lo haya oído antes (la serie Borgen es una buena excusa para flipar con el sonido de este idioma) parece al oído neófito una lengua que carece de vocales. Por ejemplo, el nombre Harald en danés solo tiene una sílaba. Yo soy neófito y no, así que a veces milagrosamente sabía de lo que estaban hablando mis compañeros de viaje, pero generalmente no era el caso. Mi sueco es bastante pedestre y de gran ciudad, así que también hubo momentos cómicos al pagar la compra en un pueblo en Noruega, en la estación de montaña, en una gasolinera…
Una inoportuna infección en casa creó la ventana de oportunidad para poder volver antes de tiempo y usar al menos parte de mis vacaciones descansando de verdad, no cansándome en un sitio que no es el de todos los días, cosa que agradecí bastante. Dejamos la mitad más joven, energética y carente de la experiencia de haber pasado la COVID en el lugar, listos para disfrutar de días soleados, sin una nube en el cielo y las noches glaciales que ello conlleva.
Huellas de lince que encontramos de buena mañana.
Noruega tiene rincones que incluso estando delante me cuesta creer que existan.
Para otro post, quizás, dejaré las cosas menos interesantes para los demás, aciertos y fallos con el equipo y cosas así.