Publicado en Mugalari.info el 06/11/2017: https://mugalari.info/2017/11/06/viajar-vicente-carrasco-·-jamtlandstriangeln-sol-sueco-quieras-segundo/
Suecia es una país de grandes (grandísimos) espacios, de grandes distancias totalmente vacías de vida humana o de rastros de su sola presencia. Algo tendrá que ver con el hecho de que en esta cultura el espacio personal es sagrado. Las grandes extensiones de bosque, monte y tundra permiten que quien necesite espacio lo tenga. Hay un tipo específico de montaña que en sueco se llama “fjäll”. Eran montañas escarpadas que fueron reducidas a colinas redondeadas (algunas, eso sí, de colosales proporciones) por el casquete polar y los glaciares en retirada desde hace milenios. A patear por esos montes se le llama en sueco “fjällvandring” y para ver si este que lo cuenta tenía un interés verdadero por convertirse en un “fjällvandrare” o era todo de boquilla me llevaron a Jämtland, una de las provincias más salvajes de Suecia.
Tiene a Noruega al Oeste, lo que garantiza montaña y espacios agrestes; limita al norte con la provincia de Lapland, pero al menos una parte de Jämtland está en Sápmi, la tierra ancestral de los Sami. Es por lo tanto país de renos, de osos, de lemmings y de (oh maravilla) orquídeas, de las que crecen 15 especies en la provincia. De cuando en cuando los lemmings se multiplican como nada en el mundo (10 días después de nacer puede ya aparearse y dar a luz entre dos y diez crías) y la mayor concentración mundial del zorro ártico, amenazado de extinción, recupera un poco la alegría que trae el hartazgo.
Ocho horas de tren te ponen en Duved, donde un bus con un remolque para poder meter mochilas, esquíes, etc. te lleva en 45 minutos hasta Storulvån. Que haya que reservar el bus con antelación (el chófer va llamando por nombre antes de subir) o confiar en la providencia y que se pague en efectivo porque ahí ya empieza a no haber señal de telefonía da una idea de que estamos muy lejos de la ciudad y el primerísimo mundo, ese extraño sitio donde no hay efectivo casi y la gente va en el Metro viendo Netflix o HBO en el móvil desde hace años.
El bus, decía, lleva a los viajeros y su impedimenta a Storulvån, uno de los tres vértices del Jämtlandstriangeln, el triángulo de Jämtland. Se trata de una ruta entre tres estaciones de montaña mantenidas por un ente sin ánimo de lucro llamado “Svenska Turistföreningen” (Asociación sueca de turismo) o STF. La STF tiene repartidas por toda Suecia estaciones y refugios. Algunos de estos lugares no tienen ni camino que lleve a ellos y son poco más que paredes y techo. Otros, como los vértices del Jämtlandstriangeln, tienen restaurante (desayuno, comida y cena), tienda de comida y material de aire libre donde comprar desde pasta de dientes a una chaqueta de Goretex, sauna (¡sauna!) y se pueden reservar habitaciones o incluso un paquete que incluye el alquiler de tienda de campaña, sacos de dormir con sábana interior y ya el colmo, café y pastelitos. Todo esto hay que reservarlo con mucha (mucha) antelación y hacerse miembro de STF, que sale a cuenta porque cualquier rebaja en precios suecos es una alegría. Cuando digo antelación lo digo en serio. La primera vez que me llegó una invitación para pillar una hamburguesa y un par de cervezas al salir del trabajo con seis semanas de antelación creí que me estaban vacilando. Y entonces pensaron que era yo quien les estaba vacilando a ellos. Mucha antelación.
Storulvån
Está muy bien llenar el termo de agua caliente para poder hacer café y sopa por el camino, salir bien desayunado y haber comprobado que la tienda era resistente a la lluvia tal y como el fabricante (y el precio que hubo que abonar) aseguraban que era, pero al final esto va de andar y hubo que ponerse a ello bajo la lluvia. A veces torrencial, a veces txirimiri (que curiosamente no tiene nombre específico en sueco), a veces con viento lateral, a veces de cola.
¿Pregunté si había un autobús para ir al destino y evitarme 16 km caminando bajo la lluvia? Sí.
¿Se me rieron en la cara para parar abruptamente y decir “no”? Pues también.
Algo que el Jämtlandstriangeln ofrece en verano (por llamarlo de alguna manera) es que puedes vivir la primavera, el verano y el otoño en un mismo día, aunque a decir verdad el primer día fue más bien otoño desapacible. Considerando que estábamos en un sitio donde en invierno hay varios metros de nieve, claramente parecía buena idea haber ido en verano, pero en medio de aquella estepa turbera, viendo algún árbol lejano, retorcido y torturado por los elementos y que lo que parecían ser perdices por el porte y el movimiento resultaron ser lagópodos (que no pierden el plumaje blanco durante el verano porque sigue habiendo nieve a la vista por todas partes) no podía uno dejar de acordarse del monólogo de Ernesto Sevilla en el que un hobbit le dice a otro “¿te vienes a Mordor… andando?”.
Para evitar el deterioro que causa la multitud que camina por esos andurriales (nos cruzamos con 20 o 30 personas cada día y eso allí es una multitud) STF instala y mantiene unos caminos de tablones (llamados “spång”). Estos “spänger” se colocan paralelos de modo que si uno termina partiendo o acusando la inmersión en el agua aún puede aguantar el otro, aunque últimamente lo que se instalan son tablones de unos 20cm de anchura que sirven para caminantes y ciclistas. No es como ir por una acera pero hay pasos en los que sin “spänger” habría que pasar nadando o con agua hasta la rodilla. O la cadera. ¿Cómo llevan esos tablones allí?
Con helicóptero. Y en medio de la nada se encuentra a uno a una cuadrilla de currelas con motosierras para tallar el bisel de los tablones, remachadoras y toda la moral del mundo. Y el termo de café.
Como siempre me pasa cuando camino y no hablo (mágico momento por ser tan escaso) la música me viene a la cabeza. En medio de aquella lluvia racheada me sonaban canciones de Toundra. Canciones orgánicas, musculosas, con idas y venidas, con la furia de los elementos que no amenazan porque no les hace falta, simplemente son. Como Bizancio, como Kitsune.
Sobre todo como Zanzibar.
A mitad de camino entre Storulvån y Sylarna hay un refugio desde el que se puede llamar por teléfono en caso de emergencia y si se paga se puede usar WiFi. Es en este refugio nos resguardamos del viento feroz y la lluvia helada para recuperar fuerzas con cecina de León, cuya fragancia nos hizo granjearnos la eterna amistad de todos los perros allí presentes.
En aquél espacio a reventar de mochilas (a cuál más grande, a cuál más técnica y eficaz) tuvimos contacto con los primeros superhéroes verdaderos del viaje: niños. Niños de cinco, de siete, de diez, de tres años. Algunos todavía viajando en la silla a espaldas de su madre o colgando del pecho de su padre, vista al frente y a veces con la cabeza colgando inerte, dormidos como un tronco en medio del viento y la lluvia.
Me acordé de todas las veces que he escuchado a gente poner a los niños como excusa para no ir a sitios. Lo más feliz que he visto estos días han sido los perros junto a sus amos en medio de aquella inmensidad, con todos esos olores. Lo segundo más feliz, sin duda alguna, esos niños pateando parajes que la mayoría de adultos mirarían con pavor si no fuera en un documental. Felicitamos a todas y cada una de esas criaturas y le dimos la enhorabuena a sus madres, padres y abuelos, que en bastantes casos estaban allí también.
Los 16 km entre Storulvån y Sylarna terminan con 4 km finales cuesta arriba, con canchales a ambos lados (y bajo los pies, cuando no vuelve la turba otra vez), afloramiento de agua, neveros por doquier y un furioso río que baja de los Sylarna (Los Punzones), los picachos que la niebla y los nubarrones a veces dejan ver. Frente a nosotros pudimos ver aparecer la estación de montaña de Sylarna y al fondo el imponente Storsylan (El Gran Punzón).
Sylarna
Una vez registrados no queda sino montar la tienda y esperar que también aguantara lo que traía el pronóstico del tiempo: fuertes vientos, temperatura bajo cero, posibilidad de precipitaciones (es decir, nieve o granizo). Mi experiencia en estas lides es muy limitada, pero claramente disponer de sauna, ducha, cocina y poder cenar en un comedor con vistas al paraíso con una cerveza en la mano prepara para cualquier cosa. Y la tranquilidad de que, si las cosas se ponen feas, es una estación de montaña y somos miembros de STF, así que mal que bien nos harían un hueco aunque fuera en el pasillo. Es decir, además de viajar con gente experimentada tenía por un lado las realidades de la montaña y por otra la tranquilidad de poder pulsar el botón rojo y pedir refugio.
El relato sigue, así que obviamente no hubo víctimas.
Tras desayunar como vikingos hambrientos (todo se pega menos la hermosura) emprendemos camino hacia Blåhammaren.
Blåhammaren
Blåhammaren, aunque tenga nombre de grupo de ocio y tiempo libre para jubiladas suecos (El Martillo Azul) es una estación de montaña y es la que está situada a más altura de toda Suecia, 1086m. Está en el fjäll Blåhammar, que tiene 1164m.
Los primeros 4 km son justamente los caninos 4 km cuesta arriba subidos el día anterior como final de fiesta, algo que da alegría al alma y dolor en las rodillas, pero el haber salido indemnes del viento glacial y el ocasional granizo (nieve granizada, creo yo) de la noche, además de un desayuno de verdad con café de verdad, prepara para lo que sea.
El tiempo iba levantando y era cada vez más fácil ver más de las montañas circundantes, aves lejanas y a lo lejos, muy a lo lejos, la línea de postes con una gran aspa roja en la punta que señalan el Camino de Invierno, que a veces coincide con el de Verano (el que estábamos haciendo nosotros) pero que no está tan limitado por arroyos, ríos y otros accidentes del terreno al discurrir sobre metros de nieve.
Para la parada a mitad de camino (es decir, una vez dejada atrás la cuesta a Sylarna y unos 5km de pantanos árticos en los que una de dos, o hace frío y llueve o bien tocas a 1.5 trillones de mosquitos por persona) el menú consistió en paletilla ibérica, frutos secos a cascoporro, gajos de mandarina pelados sacados de una lata y un capuchino de sobre que estaba bastante bueno, pero no tanto como las cervezas de los que estaban al lado, que en algún caso fue de botella.
Todo sabe mejor cuando uno está en un lugar verdaderamente aislado, qué duda cabe. Llegados a este punto ya va uno aprendiendo a ver cómo viene la gente que se va cruzando, los que llevan la botella de vino en la mano (acaso para animar a un desfallecido en sus filas), los que caminan como beodos, los que se han cabreado, los que llevan niños y van cantando (los niños, los adultos llevan mochilas como torres), los que van equipados porque acampan durante días o semanas y los que llevan vaqueros bajo la lluvia glacial y será un milagro si no se agarran una neumonía.
La llegada a Blåhammaren es traicionera porque nos han dicho que los últimos kilómetros son muy cuesta arriba y yo me iba imaginando el lado escarpado de Gorbea, el que tiene una fuente a mitad de la ladera. Por suerte no es así, porque esta vez el que iba andando como borracho era yo.
Pero nada que no pueda arreglar una sauna con una ventana de 1m de diámetro que da a las montañas que hay alrededor y que no sé cómo lo hacen pero no se empaña. A las 18h tenemos una cita ineludible en el comedor. “Prick 18” pone en el cartel, que significa que si no estás a la hora que dicen no cenas y punto. Nos van llamando por nombre (quien hizo la reserva, x personas) y vamos pasando a un comedor que parece el camarote de un barco de los que solo se ven en las películas hechas por gente que sólo ha visto barcos muy elegantes y bien barnizados. Nos van asignando la mesa donde nos sentamos. Es una situación de alta ansiedad social para los suecos que han ido solos o en grupos pequeños, pero siempre hay uno que se presenta a todo el mundo y otro que todo lo quiere preguntar. Media cerveza después nos echamos unas risas.
El maestro de ceremonias hace sonar un pequeño gong para pedir silencio. Nos explican que vamos a ir levantándonos mesa por mesa para llenar nuestros platos (maravillosas mantequillas de la zona con ingredientes extra que incluyen incluso whisky, ensaladas diversas, panes recién horneados) y nos dicen que conservemos ese plato para el plato principal porque somos demasiados para que el sitio pueda encargarse de 120 platos. Nos traen un entrante, una tajada de salmón ahumado maravilloso. Nos presentan al chef que ha cocinado todo. Hemos leído en unas páginas que tienen por allí rondando en la sala principal que hay ciertas tareas asignadas pero no hay personal de mantenimiento, así que hay tareas en las que ayudan todos, como la reparación de la estación. Trabajan en turnos de cuatro meses, cinco días por semana.
Cuando libran salen a disfrutar de la naturaleza circundante o van a visitar a sus colegas de otras estaciones. Cuando se incorporan al trabajo para la temporada de invierno o la de verano vienen igual que tú y que yo, con una mochila y andando. O esquiando. Para el plato principal ponen unas fuentes inmensas de patatas que llaman “nuevas”, cocidas y asadas (algo muy curioso) y maravillosas tajadas de reno, que es una carne que carece de grasa, muy parecida al potro. Sin duda una de las carnes más limpias que se puede comer, porque los renos viven por allí vagando por esos cerros durante todo el año. En verano suben a los picos buscando evitar el calor (con todo éxito) y en verano bajan a los valles o sus pastores los mueven a sitios donde pueden encontrar comida fácilmente incluso con la nieve.
Este restaurante tiene una reconocidísima fama. Hace unos días apareció en una revista como la mejor cena de toda Suecia, y cuesta el equivalente de 40 EUR, que en Estocolmo no da para nada ni remotamente parecido. Y la fama no es por el hambre y la pateada. Esa cocina tiene la reputación que tiene y sin duda es el mejor restaurante en muchísimos kilómetros a la redonda, pero además la selección de público es la que es: Hay dos formas de llegar y las dos son andando. 12 km cuesta arriba o 14 un día y 16 el siguiente para llegar allí a cenar. En invierno los suministros pueden llegar en vehículo de orugas, pero si no hay mucha nieve se tira de helicóptero, que a veces no es lo mejor con la niebla y el viento. Los pilotos vuelan desde Östersund (cenamos con uno que conoce a dos de ellos) y los vimos pasar con 750 kg colgando del aparato con unas ventiscas de impresión. Sin duda la élite de los pilotos de helicóptero, que ya son una categoría especial.
Empiezan a sacar botellas de licores carísimos (no quiero ni pensar lo que pueden cobrar en ese sitio por un chupito de Chivas). Nadie en la mesa se apunta. Una pareja que cena con nosotros pasa de licores porque después de cenar siguen camino. Piensan acampar a medio camino hacia Sylarna (de donde venimos nosotros). Planean cruzar el río que hemos cruzado de piedra en piedra (hay fotos de la proeza que quizás acaben en la pared de mi casa para dar la matraca a las visitas, pues tal es el orgullo que me embarga al recordarlo). Seguramente tienen razón en todo porque ella no tiene mucha experiencia, pero él la tiene toda. Un tío como un armario de tres cuerpos que ha acampado tres semanas seguidas en Islandia no puede tener mucho problema con un río de 5 m de ancho en el verano de Jämtland.
Otro de nuestros tertulianos abre la ventana para que entre aire, que a él le refresca y a toda la mesa contigua les hace ponerse las chaquetas de Polartec. Hay un cierto debate pero finalmente una ventana queda abierta, así que la temperatura de tertulia no pasa de los 10ºC. Vamos a dormir en tienda, así que no parece mal plan hacernos a la idea.
No hemos visto un sólo reno y eso es cosa rara en esa zona, pero es que durante la segunda quincena de julio hay una zona (que hemos cruzado el día anterior) en la que se prohíbe poner tiendas porque es cuando se reúne a los renos para marcar a los pequeños y hacer el chequeo general de toda la cabaña. Pero nos dicen que raro será que no veamos alguno. Hemos visto sus huellas y excrementos por todas partes, pero nada más. Cuando me están explicando qué mochila tengo que usar (la mía es estupenda para otras cosas, pero para estas es una tortura) me avisan de que están pasando renos.
Los renos raras veces van solos, siempre van en grupos y ahora van con los pequeños también. Un grupo de renos pasa cerca de las tiendas más lejanas, las que están junto a un lago a unos 300m de la estación. A la mañana siguiente los renos aparecen directamente entre las tiendas. Con mucha paciencia esperan a que me aburra de ver renos, que para ellos es como ver gorriones o palomas. Nuestros contertulios se acercan a echar una mano con la tienda. La primera noche resistió el diluvio universal a pesar de no estar muy bien instalada. La segunda noche resistió mal que bien el vendaval y el pedrisco fino, pero seguía sin estar fina. El que no sabe es como el que no ve, que se dice. En 10 segundos nuestra tienda está tan presentable como todas las que tenemos alrededor.
De dos de las tiendas viene antes de dormir jolgorio y alharaca en perfecto alemán y durante la noche unos ronquidos muy sincronizados entre dos personas, un sístole y un diástole, diríamos unos Pimpinela del roncar que hacen al viajero echar de menos la lluvia feroz, la ventisca, la nieve y el granizo fugaz de días anteriores. Pero ah, al salir de la tienda brilla el sol, el cielo está azul y hay renos muy cerca de nosotros. Cuando me harto de hacerles fotos (a ellos y a la rana o sapo más heroico de Europa, que vive allí mismo) toca desayunar con los contertulios de la noche anterior que no están por ahí ya haciendo el bruslí por esos cerros echamos a andar hacia Storulvån.
El camino se nos describe como cuesta abajo, llano y cuesta abajo. La temperatura llega a los 17º mientras caminamos. Perfecto para cruzar un río caminando sobre los bloques de cemento que han puesto (seguramente uno a uno con el helicóptero) en un vado. La semana pasada el agua llegaba a la altura de la ingle (de un tipo de casi 1,90) pero nosotros pasamos sin mojarnos las rodillas, con un sol esplendoroso y una legión de mosquitos que no pican a nadie nacido o criado en Suecia porque ya estoy yo para alimentarlos a todos.
El paisaje es una sucesión de fjäll grandes y pequeños, con neveros ocasionales, agua por doquier y un arroyo levantisco y saltarín que discurre a nuestro lado creando regatos donde de buen grado vamos parando a comer frutos secos, llenar la botella de agua en medio segundo y asombrarnos de lo bien que se está cuando se está bien.
La cecina de León subidos a un pequeño fjäll donde tenemos garantizado un suelo seco y sin mosquitos, bajo un sol que calienta pero no quema, con un viento que arrulla pero no empuja, nos da otro de esos momentos que uno se lleva para siempre. Esa noche, cenando con servilletas de hilo y con una cerveza en la mano, uno de los platos tendrá tres trocitos de algo muy parecido a la cecina y pondremos todo en perspectiva. Y me recordarán que tengo que pedir a mi hermano más de eso tan rico que me manda. Pues claro que sí.
Más superhéroes infantiles de todos los tamaños, con mención especial para el más joven que vamos a conocer, seis semanas, al que conocemos metido en una bolsa en brazos de su madre en lo alto de un picacho desde el que se puede ver nuestro destino, la Estación de Montaña de Storulvån. Su hermana tiene tres años y está allí porque quiere ver renos y no parece muy contenta de no estar en medio de un rebaño de 5.000 de ellos. Le explicamos a sus padres lo que nos han contado del marcado y que están casi todos en un sólo sitio, pero hemos visto rastros por todas partes así que quizás puedan verlos. La pequeña superhéroe no se cree nada de lo que le decimos, pero nos dice adiós sin tenérnoslo en cuenta.
Cuando llegamos a Storulvån nuestros amigos y asesores de Östersund están ya casi listos para irse para casa, pero tienen tiempo para darnos unas cervezas que hacen en su pueblo para que nos las tomemos en la sauna. Y eso hicimos. A su salud.
El regreso parece ser todavía más largo. Primero en ese bus donde subes cuando te nombran y que tiene un conductor que sonríe a todo el mundo y, como el que nos trajo hasta aquí, bromea con el personal por el micrófono. Definitivamente estamos muy lejos de la ciudad. Como en todas partes, a los de la ciudad les tienen manía. En todo el Norte a Estocolmo se la conoce como “Fjollträsk”, que vendría a ser como “el pantano de los inútiles”, entendido como un lugar donde cientos de miles de personas viven unos encima de otros (mal) con el añadido de que la inmensa mayoría de ellos son totalmente incapaces de cazar un gran mamífero, descuartizarlo y prepararlo por sí mismos, construir un igloo o encender un fuego cuando todo lo que tienes alrededor está mojado (terriblemente mal, rayano con no merecer la vida). Eso en el Norte es un inútil total.
Caminito de ese Pantano de los Inútiles donde me siento como en casa pasamos de la tundra a la taiga y de la taiga a un paisaje cada vez más amable, cada vez más veraniego, con sus casitas y sus campos labrados, con sus bosquetes y sus animales salvajes preocupados de sus cosas y no de los humanos, hasta que irremediablemente se va acabando el bosque y llegamos a mi cama rica casi sin transición.