Me encanta Madrid. Siempre me ha encantado, salvo cuando intenté vivir en Madrid. He trabajado en Madrid, he estudiado y he andado mucho de compras y de cachondeo por Madrid y me encanta. Pero también tiene sus cosas. Dicen que para poder apreciar las almendras hay que comerse una amarga de vez en cuando. Será eso.
Nos fuimos a comer por ahí antes de subir al bus de Avenidademérica y al final íbamos un poco justos. Cerca de Las Salesas vi un taxi y le dije a mi compañero de viaje que pa'dentro. De todas las variedades de taxista de Madrid dimos con un Torrente de pies a cabeza. La noche antes nos llevó a casa uno con el que nos hubiéramos ido de cañas sin problema alguno, pero no son todos así. Le contamos lo de la nube del volcán que no nos había dejado salir de Munich, pero que nos habían pagado un hotel de los buenos. Pero la nube nos había hecho la gracia. Que es de cristal machacao la nube, polvo mu’ fino de cristal.
– ¿Pero tú has visto la nube?
dijo
Mi compañero de viaje, paciente y todo lo forastero que se puede ser sin ser de otro color (o sea, con un acento que sube el precio de los taxis un 24%) dijo:
– No, no, está a muchísima altura y le pasamos por debajo dando un rodeo casi por Italia y por Baleares
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Todo esto con muchos gestos, manos planeando por debajo de la nube (y cerca de Italia y Baleares) y todo. Y el taxista:
– Ya ¿pero tú has visto la nube?
Yo creo que este tío pensaba que la nube era como un muestrario volador de las rebajas del menaje del hogar de El Corte Inglés, con botijos, cazuelas de Esmaltaciones San Ignacio y todo.
Le contamos lo de los gitanos atacaos que iban en nuestro avión. Resumiendo mucho, tenían pinta de músicos, de muy buen comer, de ir bastante puestos y de creerse muy duros y muy machotes, y en cuanto empezaron a pasar cosas pasaron a tener toda la pinta de estar cagados de miedo de montar en avión.
En cuando el avión dio un saltito debido a una turbulencia bien chiquitita se hicieron caquitas muy aplicadamente; cuando el piloto intentó aterrizar, metió un acelerón para volver a subir y nos dijo que había otro avión en pista casi saltan por las ventanillas. Que si qué es esa cosa roja en la punta del ala, que si estamos ardiendo, que si esto y que si lo otro. Lo que digo, que si caen en la cuenta se tiran por las ventanillas. Y eso que el pequeño debía andar por los 125kg. Vamos, que montaron un número de los buenos entre los tres gitanos grandes y el cubano inmenso. Ahí entro en escena otra vez el taxista, con un tono sorprendentemente conciliador, muy distinto de la fría desconfianza del resto de la conversación:
– Ay los gitanos. Qué malos que son los hijordeputa. Ojalá se murieran tós ¿verdá?
– Sí, sí. Oye, vaya vuelta nos estás dando ¿no? Eso de ahí delante será el edificio de la UGT ¿no?
– "Eje" por la otra parte no se puede doblar ¿sabeh? Por eso me he venido por aquí
– Ya
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