En este “annus horribilis” hijueputa del que quedan tantos meses que es 2023 he recibido varios regalos de cumpleaños de gran valor.
Ha sido un año de pérdida tras pérdida.
Una amiga que fue muy amiga durante casi 15 años y ya no lo es y me lo dijo tal cual. Dos amigos que lo eran y mucho desde los 90 y ya ni amigos ni ná. Por pura dejadez. Un amigo desde los 80 casi se pierde del todo o se tira al tren. O las dos cosas, que ese era el plan. Menos mal que se metió al hospital él solito, si no, no sé qué hubiéramos hecho.
Un año en el que he perdido el propósito, la vida y la familia que tenía. O que yo creía que tenía. No sé si lo voy a saber nunca. Los finales definitivos y redondos son cosa de ficción. En las relaciones humanas las cosas pasan y sanseacabó. La única constante es el cambio. A veces el resultado son galletas saliendo del horno y a veces es una mierda así de alta (sostengo mi mano paralela al suelo a cosa de un metro del suelo).
Pero he tenido regalos de gran valor.
Uno: me han ordenado que deje de decir que 2023 es un año perdido.
Otro: me han dicho una retahíla de cosas de esas que se dicen de algunos (poquitos) muertos y encima me lo han dicho en vida.
Otro: he tenido la atención de varios amigos a diario durante meses (no uno ni dos ni tres). A DIARIO. Con todo lo que la vida le ha ido mandando a cada uno de ellos prácticamente a diario también.