(publicado el 2 de Julio de 2024 en https://www.elsaltodiario.com/opinion/semiotica-hermeneutica-tonteria)
Estaba el otro día pensando en voz alta con una amiga (que es como se piensa bien) sobre las cosas de la izquierda española. Que yo ahí ni pincho ni corto y no tengo vela en ese entierro, pero quiero que le vaya bien.
Hablo de la izquierda de vocación estatal, aunque a veces lo digan con otras palabras lo que quieren decir es estatal porque las naciones son otra cosa; de la izquierda que está a la izquierda del PSOE, lo bastante a la izquierda como para poder argumentar la duda de si el PSOE es izquierda de verdad, pero no lo bastante como para no recibir una
decepción tras otra, porque el PSOE siempre acaba decepcionando a todo el mundo menos a los mercados. Esa izquierda.
Una diferencia significativa que veo entre la izquierda española y la izquierda con vocación nacional (de naciones sin estado principalmente, aunque no solo esa) es que en estas izquierdas hay cambio generacional y hay una línea ininterrumpida, una reguero de hitos, pedruscos, marcas en la pared (de espray, de tiros de unos y de otros, de carteles, de fuego y de saraos) desde hace décadas que a pesar de las consustanciales
purgas, porque si no, no sería izquierda, permite que al menos parte de la experiencia acumulada y no solo el archivo histórico vaya avanzando con los tiempos. Y puede uno ver eventos sociales o directamente ir a su bar de cabecera y hay gente que se jubiló hace tiempo, hay chavalería que todavía no puede votar pero ya está en el ajo y hay padres y madres con el cochecito y las criaturas. No estoy hablando solo de ir a beber
vino y socializar en el mismo espacio. Veo a la izquierda española reinventando la rueda cada quince o veinte años, desdeñando toda la experiencia (buena o mala, pero experiencia) de la generación anterior y haciendo un “anda, quita, que tú no sabes” a gente que tiene el culo pelado. Cuando el gobierno amnistió a los hiperpolitizados resistentes
al servicio militar que venían del tardofranquismo quienes veníamos detrás no hicimos mucho caso de toda su experiencia porque teníamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Que siempre es verdad, pero tampoco es tan nuevo como pudiera parecer. Quiero decir con esto que no estoy señalando lo mal que lo han hecho otros; cuando señalo hablo en primera persona también.
La izquierda le dio la espalda a los que más habían luchado en el tardofranquismo y la “transacción”, como ellos hicieron con la generación anterior, que a su vez hizo lo mismo con la gente que hizo la guerra. La excusa es que la perdieron, supongo, pero hubiera dado igual; nos sobra energía, maña y mala leche para con los que están más cerca para esto y para mucho más.
En la última década, la izquierda española ha intentado (y casi lo consigue) meter la cuchara hasta el codo en el puchero del poder mediante una división acorazada de gente super-preparada académica e intelectualmente. ¡En España! En el país en el que sigue siendo lo normal humillar al empollón, ningunear al que sabe porque sabe, donde se
acepta el vocingle como recurso estilístico y la burricie no es un baldón salvo para cierta gente, muy poquita. El país donde Hitler ganó la guerra y uno de los nietos del dictador es Pocholo y en el que uno de los yernos del rey robó tanto que hubo que meterlo en la cárcel (aunque fuera de mentirijillas) y el otro tuvo un infarto cerebral (quien no sabe por qué tiene menos calle que el chófer del papa) y ahora a ese accidente cerebral específico se le llama “Marichalazo” por su apellido.
Y muy bien hecho, han cambiado muchas cosas y se han hecho muchas cosas que no se hubieran hecho si no. Pero me partía el alma ver en debates a uno que obviamente (¡obviamente!) se había preparado el debate como si estuviera defendiendo “a cara perro” su tesis doctoral sin tener en cuenta que tanto a él como a tantos otros les estaban mandando una y otra vez a peleas de barro con botarates que iban ahí con cuatro tarjetas en las que ponía:
– rebota, rebota y en tu culo explota
– el tuyo que es más zurullo
– Venezuela
– la eta
Hubo incluso quien pensó que era plausible presentar a Juan Carlos Monedero (carismático académico y chispeante rapero) de candidato a la alcaldía de Madrid, España. A competir con jumentos que saben muy bien que con esas cuatro tarjetas basta y s
sobra porque no entran en argumentar, ahí no tienen nada que ganar. Razonar no tiene
sentido, tener la razón no sirve de nada contra los de “vivan las caenas” y “muera la
inteligencia”. La derecha española no usa la razón ni la democracia misma porque nunca
les ha hecho falta. Tampoco tengo claro que supieran si tuvieran que hacerlo, tendrían que
traer un Steve Bannon democrático (valga la contradicción) como cuando el susodicho
se hizo una gira europea de las de triunfar por todo lo alto, a la vista están los resultados.
Aceptar su discurso es rendirse a su barbarie, pero ignorar completamente que las
escasísimas reglas del juego que aceptan son marrulleras, sucias y destructivas, a largo
plazo es ingenuo, elitista y a la larga está dando los resultados que está dando. Es ir a
hacerle trucos de cartas a un gato.
Era trágicamente cómico ver a Albert Rivera (para entonces quizás era Alberto otra vez, no me acuerdo) soltando boutades o directamente bobadas huecas tan de su estilo y los suspiros resignados de Pablo Iglesias fuera de cámara como diciendo “¿pero este nivel de ser tonto se lo prepara uno o viene así ya de casa?”. Trágico porque el bodoque se va a su casa contento con el enfado que se ha agarrado el otro y con eso ya le parece que ha ganado y el otro se va para su casa agotado de la mala leche que le ha puesto el bodoque.
Tras el populismo jacobino de derechas llegó la ultraderechita cobarde y ya como colofón el Chiquilicuatre del fascismo. Y va la Sara Palin de Sumadrí y llama hijo de puta al
presidente del gobierno de su país y la ocurrente salida, perla sin par de la oratoria, es que
en realidad dijo “me gusta la fruta”. Y allá van sus palmeros y palmeras con su “Me gusta la fruta” en el pecho porque son la gente de la cultura de la excelencia y el trabajo duro por encima de todo.
Me pregunto si todo el énfasis, la centralidad en asuntos muy necesarios pero acaso no lo
troncales que deberían ser (vamos a llamarlo “batuquización de la política y la protesta” porque aunque sean un tostón yo tocaba la batería y no me parecen del todo mal), el dejar
de lado el “sota, caballo y rey” (valga la expresión) que todo el mundo va a entender, todos
esos asuntos fundamentales que si se apartan del fogón nos los levantan los rojipardos y demás joseantonianos en mayor o menor grado, si fue una buena idea, si fue la mejor idea
que había.
Tiene que haber una manera de hacer todas esas cosas que no se hubieran hecho y
además tener siempre, siempre en el centro del tablero todo lo que es izquierda y que lo
pueda reconocer el adolescente y la nonagenaria de toda condición. No hay otra. Porque
vienen. Que vienen. Que vienen pegando voces calle abajo y tienen como referentes las
imágenes de épica almibarada y cutre de novelillas históricas donde los Mel Gibson
carpetovenónicos han (re)creado sus Blas de Lezo, quieren sacar a Millán Astray y a Mola
de la catacumba y a todos esos genocidas que tienen calles o marcas de brandy con su retrato. Porque una cosa es España y otra esPAña, que esa es la suya. La del acento en la pa.
Leí sobre uno de los ecos del golpe de Casado y la traca final que tuvo lugar días y horas antes del final de la Guerra Civil, ese cuadro tristísimo con los anarquistas y los comunistas matándose unos a otros con los italianos echándose un cigarrito con la moto al ralentí
esperando a la entrada del pueblo a que acabaran los tiros. Lógicamente
la inquina no acabó el primero de abril de 1939.
Durante la ocupación alemana de Francia unos de un lado por lo visto usaron a la Gestapo como martillo para atizarle a los del otro lado. Si los que se chivaron a los nazis sobre los republicanos que se resistían mal eran anarquistas o estalinistas, o del POUM o de Izquierda Republicana no viene al caso porque los denunciados y los denunciantes
llegaron medio muertos a exactamente el mismo campo de concentración (a Mauthausen-Gusen, el campo del que no tenían que salir vivos) con unos pocos días de diferencia. Otra tragicomedia. La moraleja constructiva está en que alguien que ya llevaba años en el campo tuvo el suficiente juicio y los veinte dedos de frente necesarios para dar un puñetazo en la mesa, imponer que lo de fuera ya no contaba, que se había terminado la tontería y ahí no había más enemigo que los nazis y sus (abundantes) cómplices y títeres. Y así se hizo y fueron parte del grupo que sería referente de resistencia, organización, disciplina, cuidado de los suyos y de otros y espíritu inquebrantable hasta el final. Es decir, llegados
a la situación límite más extrema imaginable (por desgracia lo posible se superaba en ese sitio de forma rutinaria) las cosas se hicieron. Y se hicieron bien.
Sobre los deportados a los campos también hay que decir que una parte
desproporcionadamente alta de los que entraron a los campos murieron poco después de llegar, una parte desproporcionadamente alta de los que vieron la liberación murieron durante el primer año de libertad debido a las secuelas del cautiverio y la mayoría por no decir todo arrastraron graves secuelas físicas y psicológicas hasta el final de sus días. En resumidas cuentas, en la peor situación imaginable todo son pegas.
La semiótica, la hermenéutica, la etimología, la etología y el simbolismo de si son galgos o son podencos creo que ya está probado y requeteprobado.
¿De verdad que hay que reinventar la rueda una y otra vez?