Jämtlandstriangeln: todo el sol sueco que quieras en un segundo

Publicado en Mugalari.info el 06/11/2017: https://mugalari.info/2017/11/06/viajar-vicente-carrasco-·-jamtlandstriangeln-sol-sueco-quieras-segundo/

Suecia es una país de grandes (grandísimos) espacios, de grandes distancias totalmente vacías de vida humana o de rastros de su sola presencia. Algo tendrá que ver con el hecho de que en esta cultura el espacio personal es sagrado. Las grandes extensiones de bosque, monte y tundra permiten que quien necesite espacio lo tenga. Hay un tipo específico de montaña que en sueco se llama “fjäll”. Eran montañas escarpadas que fueron reducidas a colinas redondeadas (algunas, eso sí, de colosales proporciones) por el casquete polar y los glaciares en retirada desde hace milenios. A patear por esos montes se le llama en sueco “fjällvandring” y para ver si este que lo cuenta tenía un interés verdadero por convertirse en un “fjällvandrare” o era todo de boquilla me llevaron a Jämtland, una de las provincias más salvajes de Suecia.

Tiene a Noruega al Oeste, lo que garantiza montaña y espacios agrestes; limita al norte con la provincia de Lapland, pero al menos una parte de Jämtland está en Sápmi, la tierra ancestral de los Sami. Es por lo tanto país de renos, de osos, de lemmings y de (oh maravilla) orquídeas, de las que crecen 15 especies en la provincia. De cuando en cuando los lemmings se multiplican como nada en el mundo (10 días después de nacer puede ya aparearse y dar a luz entre dos y diez crías) y la mayor concentración mundial del zorro ártico, amenazado de extinción, recupera un poco la alegría que trae el hartazgo.

Ocho horas de tren te ponen en Duved, donde un bus con un remolque para poder meter mochilas, esquíes, etc. te lleva en 45 minutos hasta Storulvån. Que haya que reservar el bus con antelación (el chófer va llamando por nombre antes de subir) o confiar en la providencia y que se pague en efectivo porque ahí ya empieza a no haber señal de telefonía da una idea de que estamos muy lejos de la ciudad y el primerísimo mundo, ese extraño sitio donde no hay efectivo casi y la gente va en el Metro viendo Netflix o HBO en el móvil desde hace años.

El bus, decía, lleva a los viajeros y su impedimenta a Storulvån, uno de los tres vértices del Jämtlandstriangeln, el triángulo de Jämtland. Se trata de una ruta entre tres estaciones de montaña mantenidas por un ente sin ánimo de lucro llamado “Svenska Turistföreningen” (Asociación sueca de turismo) o STF. La STF tiene repartidas por toda Suecia estaciones y refugios. Algunos de estos lugares no tienen ni camino que lleve a ellos y son poco más que paredes y techo. Otros, como los vértices del Jämtlandstriangeln, tienen restaurante (desayuno, comida y cena), tienda de comida y material de aire libre donde comprar desde pasta de dientes a una chaqueta de Goretex, sauna (¡sauna!) y se pueden reservar habitaciones o incluso un paquete que incluye el alquiler de tienda de campaña, sacos de dormir con sábana interior y ya el colmo, café y pastelitos. Todo esto hay que reservarlo con mucha (mucha) antelación y hacerse miembro de STF, que sale a cuenta porque cualquier rebaja en precios suecos es una alegría. Cuando digo antelación lo digo en serio. La primera vez que me llegó una invitación para pillar una hamburguesa y un par de cervezas al salir del trabajo con seis semanas de antelación creí que me estaban vacilando. Y entonces pensaron que era yo quien les estaba vacilando a ellos. Mucha antelación.

Storulvån

Está muy bien llenar el termo de agua caliente para poder hacer café y sopa por el camino, salir bien desayunado y haber comprobado que la tienda era resistente a la lluvia tal y como el fabricante (y el precio que hubo que abonar) aseguraban que era, pero al final esto va de andar y hubo que ponerse a ello bajo la lluvia. A veces torrencial, a veces txirimiri (que curiosamente no tiene nombre específico en sueco), a veces con viento lateral, a veces de cola.

¿Pregunté si había un autobús para ir al destino y evitarme 16 km caminando bajo la lluvia? Sí.

¿Se me rieron en la cara para parar abruptamente y decir “no”? Pues también.

Algo que el Jämtlandstriangeln ofrece en verano (por llamarlo de alguna manera) es que puedes vivir la primavera, el verano y el otoño en un mismo día, aunque a decir verdad el primer día fue más bien otoño desapacible. Considerando que estábamos en un sitio donde en invierno hay varios metros de nieve, claramente parecía buena idea haber ido en verano, pero en medio de aquella estepa turbera, viendo algún árbol lejano, retorcido y torturado por los elementos y que lo que parecían ser perdices por el porte y el movimiento resultaron ser lagópodos (que no pierden el plumaje blanco durante el verano porque sigue habiendo nieve a la vista por todas partes) no podía uno dejar de acordarse del monólogo de Ernesto Sevilla en el que un hobbit le dice a otro “¿te vienes a Mordor… andando?”.

Para evitar el deterioro que causa la multitud que camina por esos andurriales (nos cruzamos con 20 o 30 personas cada día y eso allí es una multitud) STF instala y mantiene unos caminos de tablones (llamados “spång”). Estos “spänger” se colocan paralelos de modo que si uno termina partiendo o acusando la inmersión en el agua aún puede aguantar el otro, aunque últimamente lo que se instalan son tablones de unos 20cm de anchura que sirven para caminantes y ciclistas. No es como ir por una acera pero hay pasos en los que sin “spänger” habría que pasar nadando o con agua hasta la rodilla. O la cadera. ¿Cómo llevan esos tablones allí?

Con helicóptero. Y en medio de la nada se encuentra a uno a una cuadrilla de currelas con motosierras para tallar el bisel de los tablones, remachadoras y toda la moral del mundo. Y el termo de café.

Como siempre me pasa cuando camino y no hablo (mágico momento por ser tan escaso) la música me viene a la cabeza. En medio de aquella lluvia racheada me sonaban canciones de Toundra. Canciones orgánicas, musculosas, con idas y venidas, con la furia de los elementos que no amenazan porque no les hace falta, simplemente son. Como Bizancio, como Kitsune.

Sobre todo como Zanzibar.

A mitad de camino entre Storulvån y Sylarna hay un refugio desde el que se puede llamar por teléfono en caso de emergencia y si se paga se puede usar WiFi. Es en este refugio nos resguardamos del viento feroz y la lluvia helada para recuperar fuerzas con cecina de León, cuya fragancia nos hizo granjearnos la eterna amistad de todos los perros allí presentes.

En aquél espacio a reventar de mochilas (a cuál más grande, a cuál más técnica y eficaz) tuvimos contacto con los primeros superhéroes verdaderos del viaje: niños. Niños de cinco, de siete, de diez, de tres años. Algunos todavía viajando en la silla a espaldas de su madre o colgando del pecho de su padre, vista al frente y a veces con la cabeza colgando inerte, dormidos como un tronco en medio del viento y la lluvia.

Me acordé de todas las veces que he escuchado a gente poner a los niños como excusa para no ir a sitios. Lo más feliz que he visto estos días han sido los perros junto a sus amos en medio de aquella inmensidad, con todos esos olores. Lo segundo más feliz, sin duda alguna, esos niños pateando parajes que la mayoría de adultos mirarían con pavor si no fuera en un documental. Felicitamos a todas y cada una de esas criaturas y le dimos la enhorabuena a sus madres, padres y abuelos, que en bastantes casos estaban allí también.

Los 16 km entre Storulvån y Sylarna terminan con 4 km finales cuesta arriba, con canchales a ambos lados (y bajo los pies, cuando no vuelve la turba otra vez), afloramiento de agua, neveros por doquier y un furioso río que baja de los Sylarna (Los Punzones), los picachos que la niebla y los nubarrones a veces dejan ver. Frente a nosotros pudimos ver aparecer la estación de montaña de Sylarna y al fondo el imponente Storsylan (El Gran Punzón).

Sylarna

Una vez registrados no queda sino montar la tienda y esperar que también aguantara lo que traía el pronóstico del tiempo: fuertes vientos, temperatura bajo cero, posibilidad de precipitaciones (es decir, nieve o granizo). Mi experiencia en estas lides es muy limitada, pero claramente disponer de sauna, ducha, cocina y poder cenar en un comedor con vistas al paraíso con una cerveza en la mano prepara para cualquier cosa. Y la tranquilidad de que, si las cosas se ponen feas, es una estación de montaña y somos miembros de STF, así que mal que bien nos harían un hueco aunque fuera en el pasillo. Es decir, además de viajar con gente experimentada tenía por un lado las realidades de la montaña y por otra la tranquilidad de poder pulsar el botón rojo y pedir refugio.

El relato sigue, así que obviamente no hubo víctimas.

Tras desayunar como vikingos hambrientos (todo se pega menos la hermosura) emprendemos camino hacia Blåhammaren.

Blåhammaren

Blåhammaren, aunque tenga nombre de grupo de ocio y tiempo libre para jubiladas suecos (El Martillo Azul) es una estación de montaña y es la que está situada a más altura de toda Suecia, 1086m. Está en el fjäll Blåhammar, que tiene 1164m.

Los primeros 4 km son justamente los caninos 4 km cuesta arriba subidos el día anterior como final de fiesta, algo que da alegría al alma y dolor en las rodillas, pero el haber salido indemnes del viento glacial y el ocasional granizo (nieve granizada, creo yo) de la noche, además de un desayuno de verdad con café de verdad, prepara para lo que sea.

El tiempo iba levantando y era cada vez más fácil ver más de las montañas circundantes, aves lejanas y a lo lejos, muy a lo lejos, la línea de postes con una gran aspa roja en la punta que señalan el Camino de Invierno, que a veces coincide con el de Verano (el que estábamos haciendo nosotros) pero que no está tan limitado por arroyos, ríos y otros accidentes del terreno al discurrir sobre metros de nieve.

Para la parada a mitad de camino (es decir, una vez dejada atrás la cuesta a Sylarna y unos 5km de pantanos árticos en los que una de dos, o hace frío y llueve o bien tocas a 1.5 trillones de mosquitos por persona) el menú consistió en paletilla ibérica, frutos secos a cascoporro, gajos de mandarina pelados sacados de una lata y un capuchino de sobre que estaba bastante bueno, pero no tanto como las cervezas de los que estaban al lado, que en algún caso fue de botella.

Todo sabe mejor cuando uno está en un lugar verdaderamente aislado, qué duda cabe. Llegados a este punto ya va uno aprendiendo a ver cómo viene la gente que se va cruzando, los que llevan la botella de vino en la mano (acaso para animar a un desfallecido en sus filas), los que caminan como beodos, los que se han cabreado, los que llevan niños y van cantando (los niños, los adultos llevan mochilas como torres), los que van equipados porque acampan durante días o semanas y los que llevan vaqueros bajo la lluvia glacial y será un milagro si no se agarran una neumonía.

La llegada a Blåhammaren es traicionera porque nos han dicho que los últimos kilómetros son muy cuesta arriba y yo me iba imaginando el lado escarpado de Gorbea, el que tiene una fuente a mitad de la ladera. Por suerte no es así, porque esta vez el que iba andando como borracho era yo.

Pero nada que no pueda arreglar una sauna con una ventana de 1m de diámetro que da a las montañas que hay alrededor y que no sé cómo lo hacen pero no se empaña. A las 18h tenemos una cita ineludible en el comedor. “Prick 18” pone en el cartel, que significa que si no estás a la hora que dicen no cenas y punto. Nos van llamando por nombre (quien hizo la reserva, x personas) y vamos pasando a un comedor que parece el camarote de un barco de los que solo se ven en las películas hechas por gente que sólo ha visto barcos muy elegantes y bien barnizados. Nos van asignando la mesa donde nos sentamos. Es una situación de alta ansiedad social para los suecos que han ido solos o en grupos pequeños, pero siempre hay uno que se presenta a todo el mundo y otro que todo lo quiere preguntar. Media cerveza después nos echamos unas risas.

El maestro de ceremonias hace sonar un pequeño gong para pedir silencio. Nos explican que vamos a ir levantándonos mesa por mesa para llenar nuestros platos (maravillosas mantequillas de la zona con ingredientes extra que incluyen incluso whisky, ensaladas diversas, panes recién horneados) y nos dicen que conservemos ese plato para el plato principal porque somos demasiados para que el sitio pueda encargarse de 120 platos. Nos traen un entrante, una tajada de salmón ahumado maravilloso. Nos presentan al chef que ha cocinado todo. Hemos leído en unas páginas que tienen por allí rondando en la sala principal que hay ciertas tareas asignadas pero no hay personal de mantenimiento, así que hay tareas en las que ayudan todos, como la reparación de la estación. Trabajan en turnos de cuatro meses, cinco días por semana.

Cuando libran salen a disfrutar de la naturaleza circundante o van a visitar a sus colegas de otras estaciones. Cuando se incorporan al trabajo para la temporada de invierno o la de verano vienen igual que tú y que yo, con una mochila y andando. O esquiando. Para el plato principal ponen unas fuentes inmensas de patatas que llaman “nuevas”, cocidas y asadas (algo muy curioso) y maravillosas tajadas de reno, que es una carne que carece de grasa, muy parecida al potro. Sin duda una de las carnes más limpias que se puede comer, porque los renos viven por allí vagando por esos cerros durante todo el año. En verano suben a los picos buscando evitar el calor (con todo éxito) y en verano bajan a los valles o sus pastores los mueven a sitios donde pueden encontrar comida fácilmente incluso con la nieve.

Este restaurante tiene una reconocidísima fama. Hace unos días apareció en una revista como la mejor cena de toda Suecia, y cuesta el equivalente de 40 EUR, que en Estocolmo no da para nada ni remotamente parecido. Y la fama no es por el hambre y la pateada. Esa cocina tiene la reputación que tiene y sin duda es el mejor restaurante en muchísimos kilómetros a la redonda, pero además la selección de público es la que es: Hay dos formas de llegar y las dos son andando. 12 km cuesta arriba o 14 un día y 16 el siguiente para llegar allí a cenar. En invierno los suministros pueden llegar en vehículo de orugas, pero si no hay mucha nieve se tira de helicóptero, que a veces no es lo mejor con la niebla y el viento. Los pilotos vuelan desde Östersund (cenamos con uno que conoce a dos de ellos) y los vimos pasar con 750 kg colgando del aparato con unas ventiscas de impresión. Sin duda la élite de los pilotos de helicóptero, que ya son una categoría especial.

Empiezan a sacar botellas de licores carísimos (no quiero ni pensar lo que pueden cobrar en ese sitio por un chupito de Chivas). Nadie en la mesa se apunta. Una pareja que cena con nosotros pasa de licores porque después de cenar siguen camino. Piensan acampar a medio camino hacia Sylarna (de donde venimos nosotros). Planean cruzar el río que hemos cruzado de piedra en piedra (hay fotos de la proeza que quizás acaben en la pared de mi casa para dar la matraca a las visitas, pues tal es el orgullo que me embarga al recordarlo). Seguramente tienen razón en todo porque ella no tiene mucha experiencia, pero él la tiene toda. Un tío como un armario de tres cuerpos que ha acampado tres semanas seguidas en Islandia no puede tener mucho problema con un río de 5 m de ancho en el verano de Jämtland.

Otro de nuestros tertulianos abre la ventana para que entre aire, que a él le refresca y a toda la mesa contigua les hace ponerse las chaquetas de Polartec. Hay un cierto debate pero finalmente una ventana queda abierta, así que la temperatura de tertulia no pasa de los 10ºC. Vamos a dormir en tienda, así que no parece mal plan hacernos a la idea.

No hemos visto un sólo reno y eso es cosa rara en esa zona, pero es que durante la segunda quincena de julio hay una zona (que hemos cruzado el día anterior) en la que se prohíbe poner tiendas porque es cuando se reúne a los renos para marcar a los pequeños y hacer el chequeo general de toda la cabaña. Pero nos dicen que raro será que no veamos alguno. Hemos visto sus huellas y excrementos por todas partes, pero nada más. Cuando me están explicando qué mochila tengo que usar (la mía es estupenda para otras cosas, pero para estas es una tortura) me avisan de que están pasando renos.

Los renos raras veces van solos, siempre van en grupos y ahora van con los pequeños también. Un grupo de renos pasa cerca de las tiendas más lejanas, las que están junto a un lago a unos 300m de la estación. A la mañana siguiente los renos aparecen directamente entre las tiendas. Con mucha paciencia esperan a que me aburra de ver renos, que para ellos es como ver gorriones o palomas. Nuestros contertulios se acercan a echar una mano con la tienda. La primera noche resistió el diluvio universal a pesar de no estar muy bien instalada. La segunda noche resistió mal que bien el vendaval y el pedrisco fino, pero seguía sin estar fina. El que no sabe es como el que no ve, que se dice. En 10 segundos nuestra tienda está tan presentable como todas las que tenemos alrededor.

De dos de las tiendas viene antes de dormir jolgorio y alharaca en perfecto alemán y durante la noche unos ronquidos muy sincronizados entre dos personas, un sístole y un diástole, diríamos unos Pimpinela del roncar que hacen al viajero echar de menos la lluvia feroz, la ventisca, la nieve y el granizo fugaz de días anteriores. Pero ah, al salir de la tienda brilla el sol, el cielo está azul y hay renos muy cerca de nosotros. Cuando me harto de hacerles fotos (a ellos y a la rana o sapo más heroico de Europa, que vive allí mismo) toca desayunar con los contertulios de la noche anterior que no están por ahí ya haciendo el bruslí por esos cerros echamos a andar hacia Storulvån.

El camino se nos describe como cuesta abajo, llano y cuesta abajo. La temperatura llega a los 17º mientras caminamos. Perfecto para cruzar un río caminando sobre los bloques de cemento que han puesto (seguramente uno a uno con el helicóptero) en un vado. La semana pasada el agua llegaba a la altura de la ingle (de un tipo de casi 1,90) pero nosotros pasamos sin mojarnos las rodillas, con un sol esplendoroso y una legión de mosquitos que no pican a nadie nacido o criado en Suecia porque ya estoy yo para alimentarlos a todos.

El paisaje es una sucesión de fjäll grandes y pequeños, con neveros ocasionales, agua por doquier y un arroyo levantisco y saltarín que discurre a nuestro lado creando regatos donde de buen grado vamos parando a comer frutos secos, llenar la botella de agua en medio segundo y asombrarnos de lo bien que se está cuando se está bien.

La cecina de León subidos a un pequeño fjäll donde tenemos garantizado un suelo seco y sin mosquitos, bajo un sol que calienta pero no quema, con un viento que arrulla pero no empuja, nos da otro de esos momentos que uno se lleva para siempre. Esa noche, cenando con servilletas de hilo y con una cerveza en la mano, uno de los platos tendrá tres trocitos de algo muy parecido a la cecina y pondremos todo en perspectiva. Y me recordarán que tengo que pedir a mi hermano más de eso tan rico que me manda. Pues claro que sí.

Más superhéroes infantiles de todos los tamaños, con mención especial para el más joven que vamos a conocer, seis semanas, al que conocemos metido en una bolsa en brazos de su madre en lo alto de un picacho desde el que se puede ver nuestro destino, la Estación de Montaña de Storulvån. Su hermana tiene tres años y está allí porque quiere ver renos y no parece muy contenta de no estar en medio de un rebaño de 5.000 de ellos. Le explicamos a sus padres lo que nos han contado del marcado y que están casi todos en un sólo sitio, pero hemos visto rastros por todas partes así que quizás puedan verlos. La pequeña superhéroe no se cree nada de lo que le decimos, pero nos dice adiós sin tenérnoslo en cuenta.

Cuando llegamos a Storulvån nuestros amigos y asesores de Östersund están ya casi listos para irse para casa, pero tienen tiempo para darnos unas cervezas que hacen en su pueblo para que nos las tomemos en la sauna. Y eso hicimos. A su salud.

El regreso parece ser todavía más largo. Primero en ese bus donde subes cuando te nombran y que tiene un conductor que sonríe a todo el mundo y, como el que nos trajo hasta aquí, bromea con el personal por el micrófono. Definitivamente estamos muy lejos de la ciudad. Como en todas partes, a los de la ciudad les tienen manía. En todo el Norte a Estocolmo se la conoce como “Fjollträsk”, que vendría a ser como “el pantano de los inútiles”, entendido como un lugar donde cientos de miles de personas viven unos encima de otros (mal) con el añadido de que la inmensa mayoría de ellos son totalmente incapaces de cazar un gran mamífero, descuartizarlo y prepararlo por sí mismos, construir un igloo o encender un fuego cuando todo lo que tienes alrededor está mojado (terriblemente mal, rayano con no merecer la vida). Eso en el Norte es un inútil total.

Caminito de ese Pantano de los Inútiles donde me siento como en casa pasamos de la tundra a la taiga y de la taiga a un paisaje cada vez más amable, cada vez más veraniego, con sus casitas y sus campos labrados, con sus bosquetes y sus animales salvajes preocupados de sus cosas y no de los humanos, hasta que irremediablemente se va acabando el bosque y llegamos a mi cama rica casi sin transición.

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Una peluquera griega de Estocolmo

PUblicado en Mugalari.info el 26/01/2015: https://mugalari.info/opinion/5069/

Un amigo mío me cuenta que no suele ir mucho a la peluquería. Doy fe. Y que no suele ir siempre a la misma. Pero que cuando puede va a una que hay no lejos de su casa, donde entre el elenco (porque ahí no tienen personal, tienen elenco) está la chica más guapa de Grecia, que resulta que es peluquera en Estocolmo.

La chica más guapa de Grecia tiene, por lo visto, un inglés impecable porque estudió en Suecia. De hecho nació en Suecia, hija muy probablemente de una de las muchísimas parejas griegas que vinieron a Suecia huyendo del golpe de estado y la dictadura militar de los 70. Cuando tenía 17 años volvió a Grecia. No se hasta qué punto ese viaje fue volver o fue ir a Grecia, pero allá que se fue.

A finales de 2012 la chica más guapa de Grecia agarra el portante, a su marido y a sus dos hijos y se los lleva a Suecia. Ella vuelve, ellos vienen. Su marido no habla inglés ni sueco, aunque está en ello, parece ser. Tiempo tiene, porque no trabaja todavía.

La chica más guapa de Grecia pregunta y responde como preguntamos y respondemos en el sur de Europa cuando nos enzarzamos de palique con desconocidos y nos van gustando las respuestas: espontáneamente, sin parar y mezclando drama y humor. Porque en el sur de Europa, miren ustedes, mezclamos el drama y el humor con mucha maña y eso no se vayan ustedes a pensar que lo entienden en todas partes. Y sin parar de trabajar, embutiendo las preguntas sobre cómo va el corte de pelo en el muro de palabras que mi amigo y ella van tejiendo alegremente.

Mientras las tijeras batían la chica más guapa de Grecia y mi amigo se enzarzan en una pelea de gallos consistente en relatar de forma sucinta pero completa el escándalo político-económico más descacharrante. Está siempre la cosa reñida pero contra Grecia no hay rival. Lo de Grecia es un disloque. Esto del submarino que no flota a ellos les pasó con veinte o treinta unidades (¡20 o 30!) y al responsable no lo están juzgando por ese desatino y la pasta que se llevó en comisiones, sino porque no pagó impuestos (cero, nada) a pesar de que era evidente que estaba llevándose una millonada.

La chica más guapa de Grecia es de una zona montañosa, al norte del país, donde en invierno hace un frío del copón, tanto como en Suecia. La gente recibe recibos de la luz en invierno que son el doble o más de lo que ganan. Y eso los que tienen trabajo. Hay una fábrica allí que buscaba 80 trabajadores para contratarlos a media jornada, 280 euros al mes. En la puerta había agolpándose cientos de personas. La mayoría inmigrantes sin papeles, extremadamente vulnerables en Grecia ahora mismo y no solo porque no haya atención alguna para ellos (que también) sino porque los nazis les hacen la vida imposible de mil maneras, no siendo la menor de ellas que ahora mucha gente piense en Grecia que la existencia de esas ofertas de trabajo es precisamente por la puta culpa de los africanos desamparados y famélicos que se agarran a cualquier clavo ardiendo como un gato famélico corre pegándose a la pared, no sea que además de hambre caiga una hostia. Que cae. Vaya si cae.

La chica más guapa de Grecia nunca ha votado a los conservadores ni a la derecha vestida de socialdemocracia y guarda un relativo respeto por algunos comunistas, por ejemplo uno de sus tíos, que le lee la cartilla a los socialistas de cuchufleta de la familia en las reuniones familiares y se lía la de San Quintín. Tiene toda la pinta de que el jefe de la chica más guapa de Grecia acabará acostumbrándose a ella. Más le vale porque la chica más guapa de Grecia no parece de las que se acojonan fácilmente. Los suecos no rechazan instintivamente lo que no entienden, aunque sea muy evidente que no lo entienden. Esa franqueza en un entorno laboral con gente entrando y saliendo de la habitación no la entienden en absoluto.

Pero tampoco entienden que los del sur de Europa nos pongamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, que hablemos de auténticos dramas abiertamente y que lo hagamos incluyendo el humor en la conversación, que nos riamos mientras hablamos de cómo un país y una generación tras otra se van por el retrete, se van a la puta mierda. Y no creo que sea por un simplista “mejor reír que llorar”. No es eso. Bueno, sí, mejor reír que llorar. Claro, y mejor comer que no comer. Lo exótico de todo esto es que en algunas culturas no todas las lágrimas son de pena, como no todas las risas son de felicidad. Y no todos los desconocidos lo son totalmente. Ni van a dejar de serlo por hablar con franqueza durante media hora.

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Hombres haciendo el tonto: el musical

Publicado en Mugalari.info el 25/05/2017: https://mugalari.info/opinion/hombres-tonto-musical/

Días atrás, mientras comía con unos compañeros de trabajo, no uno sino dos de ellos nos relataron las arduas negociaciones a las que se ven obligados cada vez que quieren hacer cualquier cosa. Ninguno de ellos es sueco, al menos en la crianza, lo digo porque había gente de muchos sitios a la mesa y eso puede tener su importancia.

Contaban cómo tienen que presentar y pelear por su caso como si de la defensa de un condenado a muerte se tratara, sea un viaje, un gasto inesperado de cualquier tamaño o cosas tan inmensamente importantes como colgar de la pared, de alguna pared de alguna habitación, un póster relacionado con sus aficiones, instalar un cachivache electrónico y que se vean los cables (¡los cables!) o alguna cosa de este porte.

Parte importante de todo esto que es la defensa debe ejercerse de forma firme porque el caso lo vale y el rival no es pequeño, pero sin pasarse con el énfasis porque siempre, y esto es lo que parece ser el elemento común en todos los casos, estos hombres hechos y derechos comparten sus vidas con lo que don Enrique Jardiel Poncela hubiera llamado “una fiera de la Manigua”. Monstruos con forma de mujer que siendo madres de sus hijos no por eso podrían dejar de desencadenar una furia que diese con sus huesos en varios vertederos en provincias diferentes no sin antes haber sido sometidos a tormentos que carecen de nombre a día de hoy, así que no están en internet. Horroroso todo.

Ambos casados. Uno con un niño, el otro con dos. Uno europeo occidental, el otro árabe, pero muy viajado y con muchos, muchos años en Primermundistán.

Pero es entre otros occidentales donde oigo de vez en cuando (aunque siempre sea demasiadas veces) a hombres referirse a sus parejas (novias, esposas, madres o no de sus criaturas) como “la parienta”, “la contraria”, “la jefa”, “el gobierno”, o incluso “mi dueña”.

– Oye, ¿nos vemos el jueves y cenamos o lo que sea? ¿Qué tal te viene?

– Tengo que llamar a mi dueña- dicen.

Y es un chiste pero no lo es. Alguna vez, estando recién separado, recuerdo haberme cabreado bastante con una de estas conversaciones.

Porque digo yo que para estar así de mal… En fin, cada uno es cada uno, pero yo nunca me he separado después de haberme visto en las circunstancias de llamar “la contraria” a mi compañera.

Otra opción que he visto es que hay quien, para evitar ciertas decisiones a contrapaso, ha construido un personaje tras el que escudarse bien para no tener que decir que no, que no quiero ir a tu fiesta, bien para ganar tiempo. En un terreno abonado por tanta víctima que habla de su compañera como del guardia de una prisión no hay que explayarse mucho para hacerse entender y convencer a la gente de que hay quien tiene que pedir permiso para todo, vivir de puntillas y ser un “mandao” porque si no…

Que los hay. Alguno que otro fijo que lo es. Y a alguno hasta le gusta que le tengan atado en corto. Por qué no. Si a mi eso me da igual.

Pero alguna vez he hablado con la otra parte de estas parejas-personaje y lo que me he encontrado son muchas ganas de tener de vez en cuando la casa para ella sola durante una semana, un día o una puñetera hora un viernes por la tarde, un sábado por la mañana o un domingo por la noche.

No sé si detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Lo que sí estoy empezando a barruntar es lo que hay detrás de un hombre haciendo el tonto.

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La tortura explicada a un lector de La Razón (y por qué debería preocuparle)

Publicado en Mugalari.info el 18/04/2017: https://mugalari.info/opinion/la-tortura-explicada-lector-la-razon-deberia-preocuparle/

Lo normal es escribir para la parroquia de uno, los que sabes que te van a entender la gracia o la falta de ella porque la mayoría escribimos para que nos quieran más, digamos lo que digamos cuando nos lo preguntan.

Voy a escribirle ahora a ese que no se cree “lo de las torturas”. A ese que se cree que eso viene en el “manual de ETA” ese que aunque se les hayan metido hasta la cocina mil veces nunca aparece. Y ni siquiera estoy hablando de los que le dijeron a la cara a Martxelo Otamendi cuando habló en el parlamento vasco que aquello era un teatro. Conozco gente, y no poca, que está realmente convencida de que la policía no tortura nunca. Que la policía española, cualquiera de ellas, podría, se lo pide el cuerpo muchas veces, y si pudieran hacerlo lo harían en el nombre de un bien mayor. Pero no lo hacen porque no pueden, porque se les caería el pelo. Por torturar. Ya ves tú. En fin, que me despisto.

Hablo de gente que seguramente no se enteró siquiera de que acaban de juzgar a cuatro guardias civiles acusados de torturar a Sandra Barrenetxea. A ellos les pedían más años de cárcel (19) de los que le hubieran caído a Sandra si hubiera firmado lo que querían que firmara.

Pero ni ella firmó nada (y no fue porque no fueran persuasivos, los muy canallas) ni les van a caer 19 años, porque los guardias civiles fueron absueltos. Ojos que no ven corazón que no siente, dicen.

Dicen.

Dicen los que no saben que hay mazmorras donde suceden cosas mucho peores que morir.

Los casi cinco mil testimonios documentados de torturas en Euskal Herria desde finales de los 60 (a saber por qué número hay que multiplicar ese número si se cuenta todo el Estado ¿Por 10? ¿Por 20?) son propaganda, fantasías alunadas, lamiquejos generados acaso por un bofetón que se escapó, dos manotazos en la mesa y cuatro voces. Y cuatro amenazas.

Habla o te vas a cagar” y se ven solos, con hambre, con sueño y eso hacen. Se cagan. Normal.

Yo le escribo a quien se cree estas cosas. Le escribo esto también al que cree que si se tortura bien hecho está y poco se hace para todo lo que se tenía que hacer. No sé si tengo alcance como para que me lea alguno de estos, pero por intentarlo que no quede. Yo le escribo al que mira para otro lado porque todo eso le pilla de lejos.

Sé que no te vas a creer el miedo que pasa quien sufre la tortura, da igual que sea quien teme que le saquen lo que no quiere decir como si es un infeliz, una infeliz que no tiene nada que decir y lo va a pasar igual. No te vas a creer el miedo de quienes conocen y quieren a esas víctimas de la tortura. Del miedo que transmite el saber que un ser querido, un conocido siquiera, está ahora mismo en una mazmorra y tú no.

Y tú no de momento. No te vas a creer el miedo de los que detuvieron con Mikel Zabalza y salieron vivos, que no de una pieza. La tortura es la violación del alma de un pueblo. De más de uno. Del que la sufre y también del que la aplica. Hay un antes y un después. Unos lo llevan mejor y otros peor, pero la huella está ahí. La tortura destruye a muchísimas más personas de las que toca directamente. Hay cosas peores que morir. No muchas pero hay.

En los mundos de Yupi tienen que demostrar que el acusado es culpable.

En la cruda realidad a veces vas a ser tú quien firme lo que haya que firmar. Hay quien les pide la muerte para que paren. No vas a firmar.

Firmas la muerte de Manolete, el crimen de Cuenca y el desembarco de Normandía. Y el de Alhucemas, para que haya un triunfo y un desastre. Lo que sea. Pero que paren. Luego ya en el juicio ya veremos. Y en el juicio es tu declaración y la opinión de los peritos, que son los que no vieron nada o los mismos que te lo hicieron todo.

¿Y por qué te escribo y te cuento todo esto que no te vas a creer? Pues porque cuando lo dejan, cuando ascienden, cuando se jubilan, esos tipos dejan las tierras bárbaras donde tenían impunidad, malos horarios, mala vida pero podían con todo (su miserable versión del “uno recuerda donde fue pobre pero feliz”) y los mandan a donde vives tú.

A llevar la vida que soñaban cuando todo iba tan rápido que no soñaban. Son los que te paran en la carretera, te identifican en el aeropuerto, es tu vecino, es el padre de la mejor amiga de mi sobrina, es tu compañero de gimnasio, el yerno de tu hija, el novio de tu hermana, tu hermano cofrade, el borracho ese que no habla hasta que no está bien pedo y se le ve su cara de verdad, es ese otro borracho que sacó la pistola en el bar ni se sabe cuántas veces (y la chorra al menos una vez) porque volvió roto de “la Guerra del Norte” y porque además está casado y con dos hijas pero cuando se emborracha sólo a medias es gay entero pero no puede serlo y aquí está su pistola y aquí sus cojones.

Si crees que haber hecho todas esas cosas no les pasa factura estás muy equivocado. Y es mejor que tengas todos los hechos porque así entenderás estas cosas que pasan algunas veces. Y más que van a pasar. Menudo ganado os llegó de vuelta a los mundos de Yupi. No te lo puedes ni imaginar.

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El Landismo vive, la lucha sigue

Publicado en Mugalari.info el 14/03/2017:

Ya conté por aquí que a veces los “svartskallar” (cabezas negras, larru beltzak) nos juntamos con otros como nosotros para hablar de nuestras cosas. Y por un motivo o por otro siempre es un disparate.

Después de esta quedada me quedé con la duda de si es que el sur de Europa además de estar mandando todos sus médicos, ingenieros y arquitectos está mandando también a sus poetas, que se quedan fríos si no les tocan el corazón aunque sea con una pala, si no pueden traducir a Góngora o a Lorca sobre el terreno, si no pueden cantarle a su vikinga una del Serrat, una jota de estilo, aunque sea cantarle una saeta a un semáforo. Algo. Se quedan, en definitiva, huecos tras el lance amoroso.

Que sí, que lance es. Pero da bajona. Y beben. Y todo lo cascan.

Días atrás, uno de los (vamos a decir) tertulianos parecía estar entre confundido y mosqueado y además la cosa iba a más con las cervezas. Que sólo liga con fachas, dice. Siempre hay alguien sentado en la mesa que no liga ni el “pil-pil” y se lo toma por lo personal, así que hubo revuelo. Ahí hubo revuelo. Pero el revuelo acabó y se pudo indagar.

Resulta que hace un par de años nuestro protagonista, el hombre del momento al que llamaremos Jeremías porque no se llama así pero le va al pelo, quedó con una chica (no sabemos a partir de qué edad se empieza a decir mujer y Jeremías los 35 ya no los cumple) que por lo visto todo muy bien. O casi todo, como luego se verá. Porque antes de quedar a tomar algo le hizo prometer a Jeremías que no es comunista. Comunista de carnet yo no sé si es, pero que es más rojo que la grana sí lo sé. Que es más amigo de los hechos que de las palabras, también. Más que Durruti. Que si fuera catalán sería de la CUP y si fuera vasco llevaría camisetas de gondolero y estaría discutiendo de política todo rato, sobre todo con la gente con la que estuviera más de acuerdo (como debe ser).

Jeremías no se lo tomó en serio y le dijo que sí, que muy bien. Que a las 6 entonces en tal sitio. O no se lo creyó o no lo entendió con la erección, todo puede ser. El caso es que la tipa se lo llevó a una zona de Estocolmo donde sucede que el bar es bar, hotel y edificio monumental, todo muy fino y muy caro, se pusieron como Las Grecas y cuando llega la hora del cierre (del bar) le dice:

“Bueno, tengo claro que no eres un psicópata, un violador en serie y si estás loco estás loco lo normal, como todo el mundo. ¿Quieres venir a casa a beber un poco de vino? Pero que te quede claro que el sexo está totalmente descartado”.

El taxista que los llevó a una zona residencial del norte de Estocolmo se tiró todo el viaje echando pestes de los taxistas que no son suecos y dan un servicio de mierda. Total, Jeremías, a pesar de ser un inmigrante, llega de una pieza a sentarse en el sofá de su anfitriona, que le planta delante una copa de vino del tamaño de un chupito de martes y una copia inmensa de “The Black Book of Communism”, que es donde te cuentan los de los 100 billones de muertos del comunismo. O igual son trillones. No sé.

Oye, al final lo de que el sexo estaba totalmente descartado iba en serio”, dijo el otro. Hasta Jeremías rió la ocurrencia. Pero porque estaba un poco manga ya, yo creo.

No contenta con lo del libro, sin muchos preámbulos le intenta explicar que los de SD no son nazis. Sverigedemokraterna (Demócratas suecos, qué ironía) es uno de esos partidos de ahora que dicen ser identitarios, nacional-populistas y todas esas mandangas, la ultraderecha moderna que abunda en toda Europa y que en este caso particular surge de darle una capa de barniz a una mezcla de extremismo de derechas y los bestias del “White Power” de toda la vida; ahora mismo tienen 49 cerdos sentados en el parlamento sueco. Entre sus filas hay muchísimos que hace 20 años celebraban el Uno de Mayo con banderas con la cruz gamada e iban dando palizas por la calle y ahora van con traje y corbata negras y camisa blanca. Se suele decir que no salen nunca de manga corta para que no se vea que muchos de los líderes llevan todavía todos los brazos llenos de tatuajes nazis.

Hace poco un periodista se molestó en desmontar las memeces que dicen sobre la tasa de delincuencia entre los inmigrantes de primera y segunda generación y compararlas con la tasa de criminalidad (condenas en firme) entre miembros destacados y líderes de SD. Resulta que entre las filas de SD hay una tasa tres veces superior a la media de la población sueca de crímenes violentos como tenencia ilícita de armas, homicidio, violencia doméstica, asalto y cosas tan exóticas como uno que fue detenido con una bomba de mano en el bolsillo a escasos metros de un diputado comunista, o gente que ha saqueado depósitos de armas de los que el ejército sueco tenía por ahí en los bosques por si los rusos y tal.

Pero que no. Que no son nazis. Que un amigo suyo del servicio secreto, una amiga suya juez y un familiar suyo alto cargo de la policía le dicen que no, que lo tiene ella hablado con todos.

Vamos, un triunfo por todo lo alto.

Y lo bueno es que ha pasado otra vez. Hace cosa de un mes según nos dijo se encontró hablando con una mujer que por lo visto no se parecía en nada a ninguna mujer que él esperara que le dirigiera la palabra siquiera. Nos enseñó dos fotos (que para eso está Facebook) y vaya, creo que yo hubiera pensado lo mismo. O hubiera pensado que es un cebo puesto por los extraterrestres. O que tiene pene. No sé. Nunca me ha pasado algo así. Una cosa muy exagerada de guapa y de todo. Por lo visto estuvo viviendo varios años en Italia, va siempre que puede y le encanta la cocina de allí, habla italiano y encantadora. Un fichaje.

Y ahí pegaron la hebra y todo muy bien; y como en Suecia todo el mundo es muy leído pues siempre tienes por dónde tirar por ese lado. ¿Y qué libro es el último que te has leído?, preguntó Jeremías. “Una entrevista-biografía de Berlusconi”, sentenció el ser de luz.

Hubo ahí un momento de chacota general, pero Jeremías logró hacerse valer y argumentar que la señal de peligro estaba ahí y bien grande, pero al fin y al cabo vete tú a saber, podía ser un interés sincero de leer al enemigo, una periodista con la curiosidad que se les supone a los cuatro decentes que quedan, quizás una devoradora de libros. Hay tantas razones para leer como lectores. Así que le dijo que se moría de ganas por saber su opinión sobre Berlusconi, esperando encontrarse alguna explicación del estilo de “hay soluciones en el sur que no funcionarían en el norte” o algo así, que sin ser bueno lo mismo tendría un pase. Pero qué va.

Le soltó que le daba mucha pena que la gente se centrara en que Berlusconi hubiera tenido “affaires” con muchas mujeres y dejaran de lado todo lo que había hecho por la política mundial. Mundial.

⁃ ¡Mundial! ¡La política mundial! ¡Vamos, que es como José Mujica pero engominao!

Clamaba nuestro Jeremías, que ya le encontraba la gracia a todo.

– ¿Y qué hiciste con la ragazza, si se puede saber? – Quiso indagar el que llegaba con cervezas a la mesa y parecía que no se estaba quedando con la copla.

– ¿Qué iba a hacer? Salí de allí por patas lo más rápido que pude, no fuera que acabáramos en su casa y me viera como la otra vez: palote, delante de un vaso (pequeño) de vino malo y de un libro de mierda.

Debido a mi trabajo puedo decir cosas del estilo de “eh, pero ahí tiene que haber un patrón, ¿no?”, sin quedar como un capullo al insinuar que es que se lo va buscando, que es lo que en parte quería decir, claro.

Y sí que hay un patrón. Cuarenta, cuarenta y pocos, una mujer súper atractiva que en un momento un otro de su pasado ha tenido un contacto estrecho con el sur de Europa y hace más o menos años se dejó por allí un Alfredo Landa sin atacar, un “Stasera mi butto” sin bailar o una circunnavegación de Menorca sin dar.

Y aquí tenemos chilenos a espuertas, hombrones de la antigua Yugoslavia como para construir otra vez todas las pirámides y ya si nos vamos más al sur estamos hablando de ejércitos completos. Pero como son señoritingas de derechas se figuran que todo lo que hay al sur de donde se cocina con ajo y aceite de oliva es gente que si les dices que te traigan pollo para cenar van a la alacena a por la cerbatana, se ponen el taparrabos de forro polar y se van por ahí a intentar cazarlo ellos mismos. Y eso sí que no, tía.

Cuando iba de camino a casa con Kokein a toca castaña (que es una cosa que aquí se estila mucho, por lo menos que yo sepa) caí en la cuenta de que en el momento de juntar las piezas y crear el patrón se nos pasó incluir una cosa que Jeremías soltó con la boca pequeña.

Ropa interior de color carne como la de Bridget Jones.

Pero vamos a ver. Si al final te quedas a dos velas, ¿cómo sabes tú, pájaro, de qué color tienen estas damas la ropa interior? ¿Tú estás seguro de que lo que te jode es que sólo ligues con fachas o es que lo pasa es que no te llaman porque tú de Alfredo Landa en sus mejores tiempos tienes poco?

Que no sé si esto último es bueno o es malo. Pero vamos, que a veces lloramos y no sabemos por qué. O no lo queremos saber.

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Agur eta ohore. José Alcubierre, prisionero de Mauthausen nº 4100

Publicado en Mugalari.info el 07/01/2017: https://mugalari.info/opinion/agur-eta-ohore-jose-alcubierre-prisionero-mauthausen-no-4100/

Hoy me ha tocado darle la noticia de la muerte de Don José Alcubierre a varias personas en cuyas vidas dejó una profunda huella; la misma que dejó en la mía, creo.

Don José Alcubierre conoció el exilio cuando tenía poco más de diez años al acabar la Guerra Civil y fue deportado desde Angulema en el infausto Convoy de los 927, donde también iban su padre y su madre. Los bárbaros SS que les esperaban al final de un viaje de varios días en vagones de ganado decidieron que las mujeres y los menores de 12 años se volvían para la España de Franco y los demás se quedaban en la estación de Mauthausen para ir al campo creado para los irreductibles, aquellos que entraban pero no debían salir al estar marcados como enemigos irreductibles del nazismo.

Yo aprendí de Don José Alcubierre que se vive mejor sin rencor porque el rencor envenena, pesa, duele y mata poco a poco; y recuerdo recibir esa inmensa enseñanza almorzando en corro, junto a la salida de la cantera Wienergraben del campo central de Mauthausen. Sobre la espesa hierba que allí crece en primavera, bajo un dulce sol y con el aire fresco que corre en esa zona pre-montañosa de ese maravilloso país que es Austria.

Su padre murió en el campo. En Gusen, uno de los lugares más espantosos que aquellos monstruos lograron crear. Se lo llevaron a Gusen, de donde casi nadie volvía. Allí lo mataron unos kapos polacos, verdugos de muchos republicanos españoles en buena parte debido a la fama de anticlericalismo que les precedía. En Gusen había muchos sacerdotes del centro de Europa (incluso austríacos) y muchísimos deportados polacos de todos los tipos, entre ellos muchos miserables que actuaban como verdugos de lo más voluntarioso haciendo el trabajo sucio de los guardias de las SS, que procuraban no mancharse las manos directamente (más aún cuando una epidemia de tifus afectó tanto a prisioneros como a guardias e incluso trabajadores civiles).

Como José era un crío le contaron la pena de Murcia, pero acabó por enterarse meses después de que sucediera de que su padre murió de un paliza; lo mataron a patadas y seguramente por nada. José Alcubierre cálido y amable con todo el mundo (porque en el gentío que se junta en los días en los que se celebra la Liberación toda persona que está allí está por la misma razón) no se metía con los polacos, pero no hablaba con ninguno de ellos ni les estrechaba la mano, los ignoraba, ni los veía siquiera.

– Pero con las polacas no tendrá usted ningún problema, ¿verdad? -Le dijo un amigo mío intentando quitarle hierro a la cosa al ver que este buen hombre se estaba poniendo muy triste muy rápido.

Don José perdió la mirada un poco y dijo: “No, no. Claro que no.”

Y aun añadió otro “no, no”. Como si fuera inconcebible extender esa reserva más de lo que él veía imprescindible.

Los republicanos españoles más jóvenes tuvieron la relativa suerte de ir a trabajar en un pequeño Kommando (destino) en una empresa sita en el pueblo de Mauthausen y propiedad de un empresario de apellido Poschacher que era dueño de medio pueblo, como sus descendientes siguen siendo.

Los “Pochacas” (que así es como nos ha llegado el nombre) trabajaban en uno de los almacenes de este sujeto con buenas relaciones con las SS y el comandante del campo. Al menos no estaban en las canteras o más tarde en los túneles, que solían suponer una muerte rápida aunque no menos terrible, pero según nos contó las palizas eran exactamente las mismas y el hambre poco más o menos igual. Pero tenían 13, 14, 15 años y podían con todo y más. Qué remedio les quedaba.

Los Pochakas obtuvieron una especie de permiso de trabajo al cabo de un par de años y eso significaba que dormían en el campo y no podían abandonar el área, pero iban a trabajar con una escolta muy ligera compuesta por un par de SS y llegó un momento en el que iban solos a trabajar. Tampoco es que pudieran irse a ningún sitio sin saber alemán, vestidos a rayas, con el pelo rapado y aquellas caras de hambre.

Esta libertad de movimientos les sirvió para ser los artífices de una de las mayores hazañas que tuvieron lugar durante el Holocausto: había resistentes tanto en las oficinas de registro como en el laboratorio fotográfico (los SS tomaban fotos minuciosamente de la vida diaria en el campo) y muchos de esos puestos fueron paulatinamente siendo ocupados por republicanos españoles, cuya veteranía llegó a ser muy respetada. No en vano fueron los peor tratados, léase masacrados, durante el primer año y medio, hasta que primero los judíos y más tarde los prisioneros de guerra soviéticos empezaron a llegar en masa.

Aquellos críos establecieron contacto con algunos civiles que eran antinazis. Cuál no sería la claridad con la que vieron la situación que cuando las cosas empezaron a pintar bastos para los nazis fueron sacando negativos del laboratorio y ellos los transportaban fuera del campo para pasárselos a Anna Pointner, la mujer más valiente de Austria. Su marido había sido detenido por la Gestapo varias veces (era socialdemócrata) y tanto ella como su familia estaban marcados como rojos más o menos sospechosos en una zona en la que los SS vivían junto a sus familias por miles.

Con todo y con eso Anna Pointner arriesgó su vida y la de su familia de la misma forma que todos los implicados lo hicieron con el fin de que lo que se había hecho el campo no se perdiera cuando los nazis destruyeran los archivos e intentaran borrar todas las pruebas y acaso a los prisioneros (testigos), como todo el mundo esperaba que hicieran. El riesgo que corrían todas las personas implicadas en aquello era inmenso, pero al fin y al cabo los prisioneros no tenían todas consigo en cuanto a su supervivencia, buscaban mantener al menos el testimonio de su existencia y de cómo había muerto tanta gente, pero el gesto de aquellos civiles austríacos, cuya colaboración habría supuesto la deportación y muerte de toda su familia, es algo hay que mantener presente.

Anna Pointner es finalmente recordada (desde hace poco y no sé si como merece, pero es recordada) en su pueblo y cada año la delegación republicana visita la estación a la que llegaban los vagones con los deportados, pero antes se visita la casa de Anna Pointner y su precioso monumento.

Mientras visitábamos la zona pasábamos una y otra vez con nuestro autobús por delante de un pabellón industrial con un gran letrero donde dice “Poschacher” y que tiene un monumento esférico delante mismo de la puerta. Ahí estaba el almacén donde José Alcubierre trabajó durante cinco años como un esclavo junto a sus compañeros de infortunio.

Le preguntamos si había habido manera de echarle el guante al tío Pochaka (tal y como le llamábamos, precedido a veces por títulos como “el hijoputa de”) y nos dijo que ya lo intentaron, pero que el pájaro había volado.

Cinco años después del fin de la guerra, cuando los soviéticos se fueron de la zona llevándose hasta los raíles de tren y las traviesas, al “tío Pochaka” le fue restituida su propiedad y su familia sigue explotando la cantera de Gusen, que linda con Poschacherstrasse (la calle Poschacher).

Demasiado familiar se nos hacía todo esto a quienes visitábamos Austria desde el país donde Hitler sí ganó la guerra.

Nos dijo que al tío Pochaka no, pero que a unos cuantos kapos sí que les echaron el guante. No en Gusen, donde reinó el caos al huir los nazis y diversos grupos antagonistas se mataron unos a otros durante días. En el campo de Mauthausen la resistencia mal que bien tomó el control del campo y muchos kapos fueron ejecutados (cuando no linchados) por sus víctimas.

Incluso al contar aquello Don José Alcubierre nos intentaba proteger de todo aquello. No es tarea fácil transmitir todo aquello sin envenenar el alma de quien lo recibe, llenar de dolor más allá del embotamiento a quienes con la mejor intención le preguntábamos todo lo que podíamos, porque él siempre parecía poder más.

Nos contó que él no le pudo dar lo suyo a ningún kapo y no porque no lo intentara. Llevaron a unos cuantos a los que echaron el guante a una habitación donde tenían retenidos a otros tantos (había cientos de ellos) y debía haber una especie de cuerpo de guardia; cuando salió de la habitación oyó un disparo, entró y allí estaba el kapo muerto en el suelo. Y lo decía casi como con un aire de niño travieso, como “ay lo que ha pasado”. Por lo visto esas cosas sucedieron durante los días inmediatamente posteriores a la Liberación.

Esto es algo común en otros deportados también. Cómo hacían todo lo posible para transmitir la historia y al mismo tiempo intentar protegernos del daño. La resiliencia de esta gente es algo que deja estupefacto a todo el mundo. Un amigo le preguntó si conoció vascos.

– ¿Vascos? y tras pararse a pensar un momento dijo: hombre, había de todas partes. De todas las provincias. No tuve yo trato con ellos, pero sí que decíamos una cosa: ¿Un vasco? Un vasco ¿Dos vascos? Dos vascos. ¿Tres vascos? Una canción. Era gente que cantaba mucho.

Y así seguíamos en aquella montaña rusa de humor – drama – humor, en la que siempre encontraba la manera de contarnos algo que fuera siquiera remotamente positivo, incluso divertido, esperanzador… para pasar una vez más a la inacabable cadena de recuerdos oscuros, la memoria implacable de haber pasado cinco años en una prisión creada para destruir opositores políticos mientras se extraía de ellos hasta la última partícula de beneficio económico durante el proceso.

Cada día, cuando regresaban de su trabajo en el almacén de Poschacher debían entrar al campo interior y llegar hasta el barracón 17, que estaba al fondo en diagonal desde la entrada. Hubo una temporada en la que llegaron muchos partisanos yugoslavos, que eran transportados hasta el corazón de Europa para ser ejecutados nada más llegar. Don José Alcubierre todavía se entristecía cuando contaba que les hacían esperar hasta que terminara la ejecución antes de poder proseguir y llegar a su barracón. Contó que dependiendo del día el pelotón de fusilamiento liquidaba diez, seis, quince, diecisiete, ocho… así estuvieron meses.

– “Partisanos. Partisanos de Tito. Gente muy válida.” Y clavando sus ojos en los nuestros añadía “Una pena, pero…”. Y se iba tres metros más allá a recargar la batería un ratito.

La mayoría, tres cuartas partes de los que entraron, murió durante el primer año de cautiverio. Cayeron como moscas. Y la mitad de los que sobrevivieron murieron el año después de la Liberación, fruto de las privaciones, las enfermedades, los malos tratos, los experimentos médicos, la brutalidad constante y digo yo que el miedo a morir en cualquier momento durante dos, tres, cuatro o incluso cinco años como estuvo allí José Alcubierre. Eso te tiene que dejar carcomido por dentro y por fuera. Si es un milagro que salieran de allí vivos qué decir del hecho de haberlos podido conocer ya en el siglo XXI, cuando quedaban pocos. Y de que estuvieran así de bien todavía.

Cada vez que visitaba el campo entrando bajo ese arco de piedra antaño coronado por aquella gigantesca águila hitleriana que tiraron abajo mano a mano republicanos españoles y resistentes franceses, Don José Alcubierre se arrimaba a la pared de la derecha, frente a las cocheras, y acariciaba las piedras de ese gran muro liso. Hacía esto porque decía que el campo original era de madera, pero toda la fortaleza de piedra la construyeron republicanos españoles y con un poco de suerte tocaba piedras que había colocado su padre. Cada vez que visito el campo hago esto mismo porque así recuerdo al deportado que recordaba. Y recordar es volver a pasar por el corazón.

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Dragones en el paraíso

Publicado en Mugalari.info el 13/12/2016: https://mugalari.info/opinion/dragones-en-el-paraiso/

El dragón de Komodo es un reptil bastante grande (de dos a tres metros y sus buenos sesenta, setenta kilos) que come generalmente carroña pero si tiene suficiente hambre puede atacar a cualquier cosa que se mueva, lo que incluye a la gente. Estos animalillos viven en una zona muy concreta de Indonesia y allá que se fue un tipo que conozco. No a ver los dragones de Komodo, no, que eso se lo encontró al llegar y maldita la gracia que le hizo.

Digo allá que se fue pero en realidad por allí pasó como se encuentra uno a veces los paraísos, por pura casualidad. Y lo que vio le dejó maravillado. Todas esas historias de gente que vive con muy poco y que todo te lo ofrece, niños por todas partes, grandes sonrisas, paisanos abiertamente curiosos ante lo raro que es el visitante pero muy hospitalarios. Gente para la que la barrera del idioma no es cosa novedosa porque en un país en el que se hablan más de 700 lenguas esto tiene que pasar todo el rato.

Por cuatro perras (incluso para el viajero que aun teniendo para viajar tampoco tiene para quemar) el viajero se alquila una cabañita con lo básico, que allí no es mucho pero es más que suficiente. El clima es maravilloso, el mar muestra según la hora del día todos los tonos del verde madreperla, que resultan ser legión, el azul más azul y la espuma es más espuma. El viajero casi, casi siente pena de estar allí solo, sin poderlo compartir con alguien más, pero se le pasa cuando piensa que si empezó el viaje solo también fue por algo.

Pero aquel sitio tiene una pega. Bueno, tiene dos. Una es que no hay bar. Todo aquello es maravilloso, pero con un bar sería la hostia. Y bar hay, pero está cerrado. Cerró hace no mucho. Lo llevaba un extranjero.

Un europeo por lo visto, aunque no cuentan mucho de él. La otra pega son los dragones de Komodo que campan a sus anchas por la zona. Están amenazados de extinción y por lo tanto protegidos por la ley. Y en Indonesia la ley está en manos de una gente que tiene una marcada tendencia a aplicar la ley a martillazos con una maza muy grande, mala herramienta para las sutilezas. Así, los dragones de Komodo retozan en la playa y toman el sol como dueños y señores que son de aquél territorio.

Como todos los lagartos los dragones son de sangre fría y poco amigos de salir a dar una vuelta de noche, pero tampoco parece una buena idea tentar a la suerte a ver si alguno de esos lagartos del tamaño de un Rottweiler se despierta en mitad de la noche con hambre y sale a dar una vuelta.

Los dragones de Komodo hacen que aquel paraíso no sea destruido en poco tiempo por el turismo. Allí no hay nada parecido al turismo de otras zonas de Indonesia. Solo algún científico aparece de vez en cuando a contar, medir, fotografiar dragones y quizás pesarlos si son pequeños. Muy pequeños.

El viajero por un momento piensa que quizás no fuera mala idea establecerse en aquel lugar. En un par de semanas está empezando a chapurrear la lengua local; o una lengua local, vaya usted a saber; bueno, una lengua.

Entre lo voluntariosos que son y lo majos que son con poco te entiendes, con poco te apañas y… y bien podría yo coger el bar, se dice. Con mi experiencia como cliente bien puedo suplir la escasa experiencia que tengo desde detrás de la barra. Y esta gente parece fácil de contentar —se dice. Les hago unas tortillas con el tubérculo este que tienen que parece una patata con unos huevos de puta madre de las gallinas estas del vecino, unas cervecitas (que tampoco tienen por qué estar muy frías) y marchando. A estos el cachondeo les tiene que gustar. Se les ve a falta de un bar.

Con mucha calma, que es como parece que funciona todo por allí, el viajero empieza a recabar más información sobre el bar. Además de la calma procede con tiento, porque tampoco quiere levantar la liebre demasiado pronto porque eso siempre sube el precio. Como era de esperar a los dos días todo el mundo sabe que el viajero quiere coger el bar y no hacen sino animarle. Y los guapas que son las chicas también le anima bastante, las cosas como son. Como para no animar. Muy guapas. Mucho. Y con sonrisa grande todo el rato.

Los días pasan con una o dos cosas que hacer y el resto puede dedicarse a no hacer nada, algo que el viajero ha decidido convertir en una de las bellas artes. En uno de esos momentos de tocarse los huevos a dos manos aparece uno de los escasos occidentales que viven en la zona, un australiano que está tan aclimatado al lugar que cuando le preguntan dónde vive señala vagamente con la mano a algo detrás de esta o aquella montaña y dice “por allí. No muy lejos”.

También a él le ha llegado la novedad de que el bar tiene un nuevo hombre al mando y eso que seguro que vive en la quinta puñeta y no tiene teléfono. Aunque el hombre sigue empeñado en negarlo, reconoce que está explorando la idea.

El australiano empieza a menear la cabeza como los bueyes y al final acaba por hablar. Resulta que ese bar lo lleva siempre algún forastero, a poder ser de bastante lejos como por ejemplo un occidental. Esa hospitalidad, ese ser tan pero tan jipi que tienen lo llevan a rajatabla los paisanos estos. Tanto es así que cuando el bar está abierto cuando tienen pagan y cuando no tienen consumen igual, porque cómo le vas a negar una, dos, tres o diez cervezas a un tío que sabes que te da la mitad de la gallina que mata y la otra mitad si se la pides te la da también. Y su camiseta. La de los domingos.

No se lo puedes negar y además no entenderían que así lo hicieras. No se mosquearía ese tío, se mosquearía contigo hasta el Tato. Y no quieras ver a esta gente mosqueada — le viene a decir el australiano, haciendo sospechar al viajero que quizás lo haya tenido que ver alguna vez. Así que uno tras otro así se han ido al garete los sueños de hostelero en el paraíso de no se sabe cuántos occidentales.

Cualquiera hubiera pensado que lo peor que te pudiera pasar en ese sitio es que te muerda un lagarto de 70 kilos.

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Una semana al año

Publicado en Mugalari.info el 27/09/2016: https://mugalari.info/opinion/una-semana-al-ano/

Un amigo lleva más de 20 años trabajando en hoteles. Tantos que ahora dirige uno. En uno en el que estuvo, uno de esos que se construyeron en los sesenta y se ha reinventado, reformado y ha cambiado de manos al menos una vez por década desde su apertura, había una pareja de clientes ya bien entrados en años que cada año más o menos por las mismas fechas visitaban el hotel, siempre la misma habitación, durante una semana completa. Siempre a la entrada del otoño, que en uno de esos sitios del Levante donde no hay invierno el fin del verano significa que dejas de cocerte al sol como una fuente de barro. Como aves migratorias allí estaba la pareja sin faltar un año.

Los empleados del hotel no reparaban en atenciones para con ellos. Les reservaban una buena mesa para el desayuno (cerca de todo pero lejos del trajín, cerca de la ventana pero sin el sol en los ojos de ninguno de los dos, cerca de una puerta de salida que no es por la que entran y salen todos los clientes del hotel que no conocen aún el edificio) en la que siempre había un detalle, una flor natural, unos bombones, las servilletas dobladas de una forma discreta pero elegantemente diferente a todos los cientos de servilletas dobladas en el resto de las mesas.

Era evidente que llevaban yendo tantos años y siendo tan buena gente que podían dirigirse a muchos empleados, sobre todo a los más veteranos, por sus nombres además de ir añadiendo a su lista a otros más recientes. Todo el mundo les conocía allí. Salvo mi amigo, que no sabía quiénes eran porque acababa de llegar al lugar, pero se quedó con la copla en cuanto aparecieron. Y no tardando le pusieron al corriente.

Esta pareja no estaban casados. Bueno, sí que lo estaban, pero no entre ellos. Cada uno de ellos tenía su propia familia allá donde viviera cada uno y una vez al año por las mismas fechas se juntaban en el lugar de costumbre, su lugar de costumbre, y mantenían viva una relación que habían hecho discurrir durante décadas con la complicidad de todo el edificio en el que se alojaban.

Esta pareja, con su Brokeback Mountain heterosexual, estaba viviendo algo que para la mayoría de los mortales se antoja imposible, mantener en el tiempo no ya una sino dos relaciones sentimentales estables. Yo creo que el personal del hotel, consciente del milagro que eso supone, y viéndoles como dos tórtolos década tras década, aprovechando cada minuto de esa semana que tenían juntos, no podían sino ayudar en lo posible.

A veces vivimos en otros los sueños que no hemos cumplido o rozado siquiera. Por eso hay gente que sabe un montón de Kardasiología, de Futbología, o de Blackmetalogía, que sabe mucho de algo sin haberlo tocado ni con un palo muy largo (y no, haber jugado al fútbol hace 38 años no cuenta, el título de jugador caduca). Para evitar sumirnos en la parte más miserable de la existencia, porque a veces lo es y de ahí no se escapa nadie, nos permitimos vivir un poco, rascar unas lascas de ese sueño por mediación de otros, “por proxy” que se dice ahora.

Cómo le irá a esta pareja ahora que todo se paga con tarjeta, todo el mundo tiene Facebook y siempre hay un pesao haciendo fotos con el móvil a alguien que está pasándoselo muy bien sin tener en cuenta quién sale al fondo. Cómo le irá ahora a los que necesitan discreción, complicidad y anonimato porque están haciendo algo que requiere un poco de tranquilidad y de sombras.

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Ahora sabes por qué yo no les puedo votar

Publicado en Mugalari.info el 13/09/2016: https://mugalari.info/opinion/ahora-sabes-no-les-puedo-votar/

Amets es sueco. Al menos lo es en gran parte. En este mundo en el que todos los sitios están cerca, el pequeño Amets acaba de pasar ese momento en el que las criaturas que viven en dos idiomas eligen. O les eligen, más bien. Con su madre, en la guardería, con la familia de su madre, con los otros niños todo es en sueco. Y con su padre en euskara.

La comunidad vasca de Estocolmo (que existe y crece poco a poco) da lo que da. Niños hay, pero no de todas las edades. No que sepamos.

La comunidad vasca no es una, lógicamente. Hay más de una. La gente aparece y desaparece. Llega y se va. Las familias llevan su vida y tienen sus circunstancias. Y juntar 12 niños cada uno de una edad no siempre funciona.

El padre de Amets está dándole vueltas a la situación, quiere que Amets oiga euskara de alguien más que su padre. No tiene dos años y me habla en sueco. Alucina cuando me oye hablar la lengua de su padre, que comprende bastante bien, aunque me conteste en sueco, poniéndome en un compromiso, claro. Me pregunta cosas. Todo lo que puede. Y como mi sueco es catastrófico le hablo en euskara. Por desgracia no le puedo hablar en el de su pueblo, pero nos apañamos.

La situación me resultaba familiar. El otro día caí en la cuenta de que hace muchos años, en otra vida casi, me encontré el blog de un grupo de padres y madres que habían organizado un grupo de juegos para que las criaturas pudieran jugar en euskara. En Gasteiz. Doscientos y pico mil habitantes, la capital artificial de un país singular y todo lo que queráis. Los padres que no tienen una familia cerca o una cuadrilla vascoparlante (que en Gasteiz serán más del 90%) tienen exactamente el mismo problema que quienes quieren que sus hijos jueguen en bubi, en sueco, en alemán, en afrikaans o en guaraní. Y la misma solución.

Anunciarlo y moverlo. Lo mismo que hace el grupo de catalanes que se reúne mensualmente en los alrededores de Estocolmo. Pero estos tienen dos monitoras (que pagan entre todos) para dinamizar dos grupos, los más pequeños y los más mayores. Es un mogollón de niños, muchos nacidos aquí y a los que según me cuentan no se les nota nada. Son tantos que hay dos escuelas públicas en Estocolmo que tienen unas cuantas horas de lengua y cultura catalana en horario lectivo.

Euskal Herria es un país pequeño. El euskara es una lengua pequeña. Tan pequeña que una lengua pequeña como el sueco o como el catalán (más de ocho millones de hablantes) se nos hace enorme y con una salud envidiable. Evidentemente Amets hablará y entenderá euskara como su familia lleva haciendo desde mucho antes de que el cronista que acompañaba a los conquistadores árabes relatara que, a su llegada a las faldas de Arangio, había en lo alto unos sujetos vestidos con pieles, saltando y armando mucho jaleo y que habían encendido una enorme hoguera que se extendió por todas las laderas tiñendo todo el cielo de rojo.

Además no les gustó el clima, no les gustó nada que aquellos sujetos que encendían hogueras les tiraran cosas a la cabeza y que encima no fueran ni siquiera un pueblo del libro (ni cristianos, ni judíos ni musulmanes). Debieron notar la terquedad a distancia. De ahí se fueron para Navarra, ya se sabe que a veces lo que parece una solución conduce a un problema todavía mayor, pero no nos desviemos. Esta historia, que es preciosa y muy divertida a partes iguales, me la contó Bittor Kapanaga, así que casi seguro que fue así y si no es así debería serlo.

Estábamos con Amets y la isla lingüística en la que vive. Algo parecido pero a otra escala sucede en sitios como Gasteiz, donde hay padres y madres que no lo tienen fácil para que sus hijos jueguen con otros niños en euskara y no tengan que conformarse con sus padres y la tele.

Todo esto para mí tiene sentido porque hoy he ido a recoger una carta certificada y de camino he visto este vídeo de la campaña electoral donde se promete acabar con esa supuesta injusticia que obliga a saber euskara (de esto hablamos otro día, pero nos podemos reír ahora mismo) para conseguir cualquier plaza en la administración vasca. La carta certificada son los trastos de votar en las elecciones autonómicas.

Escribo esto en castellano porque me apaño mejor, vale, pero también porque quizás hay alguien dudando si votar a esta gente. Ahora sabes por qué yo no les puedo votar.

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Clases

Publicado en Mugalari.info el 27/08/2016: https://mugalari.info/opinion/clases/

Delante de cada supermercado de Escandinavia hay, o había, una persona pidiendo. Casi en todos los casos se trata de gitanos de Rumanía y Bulgaria, aunque esto es relativo. Las autoridades suecas contactaron con estos dos países y para su sorpresa se encontraron con que se hicieron los longuis, algo muy fácil de hacer cuando se trata de gente que no tiene papeles y sencillamente no existe.

Esto es bastante reciente, de tres o cuatro años a esta parte. Incluso al norte del Círculo Polar Ártico (donde el verano es fresquete pero el invierno es lo que se puede uno figurar al oír “Polar Ártico”) sucede lo mismo. De buena mañana se (¿los?) reparten andando o en furgoneta, a veces recién salidos de las camas-nido que se preparan para dormir a la intemperie. A la intemperie del norte de Europa, que no es cosa de broma. Ellas con sus plataformas imposibles, su ropa de colores fluorescentes y sus largas y elaboradas trenzas. Ellos cada vez más parecidos a los futbolistas que salen en TV, con sus zapatillas de suela fina, su patilla fina y hasta gomina en el pelo. Eso sí, suelen ser ellas las que se pasan el día sentadas dando los buenos días y las gracias. Se conoce que tienen el trabajo así repartido, pero no sabría decir a qué se dedican los futbolistas. Digo los hombres.

Me cuentan que en Dinamarca acaban de prohibir la mendicidad callejera y en Noruega el gobierno ha dado competencia a los ayuntamientos para emitir dichas prohibiciones. En Noruega, por otra parte, el gobierno no tiene la menor obligación de mantener a nadie que esté tirado en la calle, como bien saben decenas de españolitos que tras tragarse el capítulo noruego de “Españoles por el mundo” y creerse todas las milongas que les quisieron contar cuatro escogidos a los que les va muy, muy, muy, muy, muy bien, cayeron con su familia y su candidez en invierno en un país donde dos refrescos y dos kebabs pueden salir por el equivalente de 30 euros y un café con leche tranquilamente pueden ser seis. Un café como una piscina, sí, pero aun así. En Suecia un portavoz del partido más votado aseguró que prohibir la mendicidad es intentar prohibir la pobreza y que la medida no tiene ningún sentido, pero gobiernan en minoría y no todos los partidos en el parlamento son igual de considerados.

No tiene una vida fácil esta gente, no, y el panorama no parece que les guarde muchas alegrías.

En el supermercado de barrio donde recojo el correo a veces hay alguien sentado a la puerta. Pero antes de llegar, justo al salir del metro, casi siempre hay una mujer. Una mujer que no podría decir de dónde es.

Creo que tiene bastantes menos de 50 años, pero en los últimos meses su pelo ha pasado de entrecano a blanco como la nieve. Siempre está hablando. Muy bajito, no sé en qué idioma o a qué puede sonar, no sé si es una lengua europea o de medio oriente. Siempre está sola, pero parece mantener elaboradas conversaciones, hace visajes y mueve la cabeza como si estuviera en animada cháchara, pero no mueve nada más. He visto gente hablando con ella, dándole comida, leche, zumos. En esos momentos parece tan rota como podría esperarse. Y cuando vuelvo a pasar ahí sigue, a su conversación.

Creo que habla para mantener vivo otro tiempo en otro lugar. Colgando de las palabras en esa lengua que no comparte con nadie parecen estar las personas y lugares que fueron, que podrían haber sido, pero que definitivamente no son.

Llego al supermercado y la mujer sentada frente a un vaso de papel con una foto de un montón de niños coloradotes y plastificada con celo no me dice hola porque en el pañuelo con el que cubre casi todo su cabello y su oreja lleva incrustado un teléfono móvil bastante pequeño. Y charla animada. Atenta a su entorno, pero como en un receso.

¿Que no hay clases? Vaya si hay clases. Hasta para estar tirado en la calle hay clases.

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